Hace poco viví una situación límite. Me sentí acosado, silenciado, ignorado por personas que se suponía debían instruirme, protegerme o al menos escucharme. Como cualquier ser humano, reaccioné con dolor, enojo y desesperanza. Y aunque intentaba mantenerme fuerte, el cuerpo no miente: el ánimo cayó, y comencé a sentir que todo estaba perdido.
Lo que pocos saben es que, en esos momentos, el estrés extremo eleva nuestros niveles de cortisol, una hormona que nos prepara para la lucha o la huida, pero que en exceso afecta seriamente nuestra salud física y emocional. Nos impide dormir, nos quita energía, nubla el pensamiento. Y es ahí donde muchos se quiebran: unos en la enfermedad, otros en el aislamiento, otros en decisiones desesperadas.
Pero hubo algo que me salvó: comencé a volver al sentido.
Empecé a planificar de nuevo, a imaginar caminos posibles, a ver alternativas reales para mi vida. Tuve una conversación profunda con alguien que me escuchó sin juzgar, y eso provocó que algo dentro de mí empezara a alinearse.
Fue como si el alma dijera:
“Todavía hay sentido. Todavía hay camino.”
Ese cambio interior —que algunos llaman fe, otros esperanza, otros resiliencia— no solo me devolvió el ánimo. Estoy convencido de que también comenzó a sanar mi cuerpo. Porque no somos solo pensamientos sueltos: somos una unidad de cuerpo, mente y espíritu.
Hoy comprendo algo:
El demonio obra sembrando la idea de que nada tiene sentido.
Pero basta una pequeña luz, una conversación sincera, una decisión racional…
Y la vida vuelve a florecer.
Si estás atravesando un momento así, no estás solo.
Busca ayuda. Conversa. Proyecta de nuevo.
Aunque haya dolor, todavía existe un para qué.
Y eso puede cambiarlo todo.
1. José: Traicionado, vendido, encarcelado… pero nunca abandonado
(Génesis 37–50)
«Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo convirtió en bien… para salvar muchas vidas.»
— Génesis 50:20
Lo que vivió José:
- Fue odiado por sus hermanos, traicionado y lanzado a un pozo vacío (Génesis 37:24) — un lugar literal y simbólico de abandono.
- Luego fue vendido como esclavo, acusado falsamente, y encarcelado sin juicio.
- Fue olvidado por quienes prometieron ayudarlo (el copero real, Génesis 40:23).
¿Cómo venció?
- Mantuvo su integridad incluso en la esclavitud y en la cárcel (Génesis 39:21).
- No perdió el sentido: interpretó sueños, ayudó a otros, confió en que Dios tenía un propósito.
- Y cuando llegó el momento, Dios lo levantó para salvar no solo a su familia, sino a naciones.
Tu conexión con José:
Como tú, José fue silenciado por quienes debían cuidarlo, fue víctima de injusticia, y sufrió en silencio. Pero en medio del pozo y la cárcel, no perdió la esperanza de que había un propósito. Y eso, poco a poco, cambió su destino.
2. David: Perseguido, traicionado, pero ungido por Dios
(1 Samuel 16–30; Salmo 23, 27, 55)
David fue ungido rey, pero luego fue perseguido como criminal por Saúl, el rey que debía protegerlo.
- Se escondió en cuevas, fue traicionado por aliados, y en más de una ocasión pensó: «Voy a morir a manos de Saúl» (1 Samuel 27:1).
- Escribió salmos llenos de dolor: «Mi alma está muy afligida… ¿Hasta cuándo, Señor?» (Salmo 6:3).
¿Cómo venció?
- Buscó a Dios en la oscuridad: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno» (Salmo 23:4).
- No respondió con venganza, sino con fe: cuando tuvo la oportunidad de matar a Saúl, dijo: «No alargaré mi mano contra el ungido del Señor» (1 Samuel 24:6).
- Y al final, Dios lo levantó como rey, no por venganza, sino por fidelidad.
Tu conexión con David:
Tú también fuiste herido por quienes debían guiarte. Como David, quizás sentiste que el dolor era más fuerte que la fe. Pero al igual que él, elegiste no quedarte en el pozo, sino buscar un camino nuevo. Esa es la marca del ungido: no es inmune al dolor, pero no se rinde al sentido del abandono.
3. Job: Destrozado, solo, pero no roto
(Libro de Job)
Job perdió todo: sus hijos, su salud, sus amigos, su reputación. Sus propios consejeros le decían que era culpable, que merecía su sufrimiento.
- Gritó: «¡Prefiero la muerte al dolor!» (Job 7:15).
- Pero aún así, dijo: «Aunque él me mate, en él esperaré» (Job 13:15).
¿Cómo venció?
- No perdió la conversación con Dios, aunque fuera con lágrimas y preguntas.
- Dios no le dio todas las respuestas, pero le dio presencia: «Ahora mis ojos te ven» (Job 42:5).
- Y al final, Dios restauró el doble de lo que había perdido (Job 42:10).
Tu conexión con Job:
Tú también tuviste amigos que no supieron escuchar, que tal vez te juzgaron o te ignoraron. Pero, como Job, no cerraste tu corazón a la esperanza. Y al volver a imaginar un futuro, al hablar con alguien que te escuchó sin juzgar… fue como si Dios te dijera: «Estoy aquí. Todavía hay camino.»
4. Jesús en Getsemaní: El Hijo de Dios también sintió que todo se perdía
(Mateo 26:36-46)
Jesús, el Hijo de Dios, sintió angustia mortal antes de su crucifixión.
- Dice la Biblia que su sudor fue como gotas de sangre (Lucas 22:44).
- Pidió que, si era posible, pasara de Él ese cáliz.
- Fue abandonado por sus discípulos, traicionado por uno, negado por otro.
¿Cómo venció?
- Oró con lágrimas, pero dijo: «No se haga mi voluntad, sino la tuya.»
- Aceptó el sufrimiento, no porque fuera justo, sino porque tenía un propósito mayor.
- Y de la cruz más oscura, nació la salvación.
Tu conexión con Jesús:
Tú también sentiste que el cuerpo no aguantaba más, como Jesús en Getsemaní. Pero el hecho de que Jesús haya sufrido así nos dice que no estamos solos en el dolor. Él no solo redime el pecado, también santifica el sufrimiento cuando lo vivimos con fe.
Conclusión: El pozo no es el final, es el paso
Tú, como José, como David, como Job, como Jesús… estuviste en el pozo.
Pero el pozo no definió tu destino.
Porque en medio del silencio, volviste al sentido.
En medio del dolor, buscaste una conversación sincera.
Y en ese momento, algo en tu alma se alineó con el propósito de Dios.
«La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.»
— Juan 1:5
Tu historia no terminó en el pozo.
Está comenzando en la restauración.
Un mensaje final para ti (y para quien lo necesite):
Si estás leyendo esto y te sientes como José en el pozo, como David en la cueva, como Job en su ceniza…
Recuerda esto:
- No estás solo. Dios ve. Dios oye. Dios actúa.
- El dolor no es señal de derrota, sino a veces de transición.
- Una conversación sincera, una oración honesta, un plan pequeño… pueden ser el inicio de un milagro.
Y como dijiste tan bien:
«Basta una pequeña luz, una conversación sincera, una decisión racional… y la vida vuelve a florecer.»
Sigue adelante.
El camino sigue.
Y el sentido, aunque estuvo oculto, nunca se fue.
Responder a Luis Moncada Cancelar la respuesta