¿Qué es la Verdad?

¿Qué es la Verdad?

¿Qué es la Verdad?


Juan 18,33–38 (fragmento): Pilato entró de nuevo en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: —¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le respondió: —¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: —¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Jesús le respondió: —Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no fuera yo entregado a los judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí. Pilato le dijo: —¿Luego tú eres rey? Jesús le respondió: —Tú lo dices: yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Pilato le dijo: —¿Qué es la verdad? Dicho esto, salió de nuevo al encuentro de los judíos y les dijo: —Yo no encuentro en él ninguna culpa.

«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Jn 14,6).

En una época en la que la palabra “verdad” se ha desgastado —convertida en opinión, narrativa o instrumento de poder—, el cristiano católico es llamado a recuperar su sentido más profundo. Pero antes de proclamarla, debemos entenderla bien.

La verdad ontológica: la única irrefutable

Existe una distinción fundamental que merece toda nuestra atención: solo la verdad ontológica es irrefutable, porque es la realidad misma. La montaña está ahí, aunque nadie la vea. El bien existe, aunque muchos lo nieguen. La realidad no depende de nuestro juicio.

Sin embargo, nuestro conocimiento de esa realidad es limitado. Por eso, las “verdades” que formulamos —científicas, jurídicas, filosóficas— son siempre mediaciones humanas, sujetas a error, desarrollo o revisión. No son falsas por ello, pero son parciales, históricas, condicionadas.

  • La verdad científica es hipotética y revisable: se aproxima a lo real, pero nunca lo agota.
  • La verdad jurídica es procedimental: es lo que puede probarse dentro de un sistema, no necesariamente lo que “realmente” ocurrió.
  • La verdad filosófica aspira a lo universal, pero sigue siendo una construcción racional, sujeta a corrección.

Todas estas verdades son valiosas, y en la medida en que corresponden a la realidad, participan de la Verdad única. Pero ninguna es absoluta en su formulación humana.

La verdad teológica: fundada en la Revelación inmutable

La verdad teológica, en cambio, tiene una fuente distinta: la Revelación divina. No es producto de la especulación humana, sino don de Dios. Y como tal, su contenido no cambia, porque Dios, que se ha revelado en Jesucristo, “no cambia ni se arrepiente” (Nm 23,19).

Pero aquí viene un matiz esencial que tú bien has señalado: aunque la Revelación no cambia, nuestro entendimiento de ella sí puede crecer. El depositum fidei fue entregado “una vez por todas” (Jds 1,3), pero el Espíritu Santo guía a la Iglesia “a la verdad plena” (Jn 16,13), iluminando con el tiempo lo que ya estaba contenido en la semilla.

Por eso, la doctrina se desarrolla, no cambia. Y pastoralmente, la misma verdad inmutable puede aplicarse con formas distintas, según las culturas, las épocas y las necesidades de las almas —siempre que no se traicione su esencia.

La Verdad es una Persona: Cristo, el Logos encarnado

Y en el corazón de toda esta reflexión está una afirmación que lo transforma todo: la Verdad no es solo un principio… es una Persona.

«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Jn 14,6).

Jesucristo no enseña la verdad como un maestro más: Él es la Verdad encarnada. En Él, el Logos eterno —razón y Palabra de Dios— se hace carne (Jn 1,14). Por eso, conocer la verdad ya no es solo comprender una proposición, sino entrar en comunión con una Persona.

Vivir en el Espíritu: poder, amor y mente sana

Y esa comunión es obra del Espíritu Santo. San Pablo lo afirma con claridad:

«Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Tim 1,7).

En la King James, ese “dominio propio” se traduce como “sound mind”: una mente sana, equilibrada, iluminada. No es fruto del esfuerzo humano, sino don del Espíritu, que nos capacita para “juzgar todas las cosas” (1 Cor 2,15), siempre “acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Cor 2,13).

Santo Tomás de Aquino sintetizó esta confianza con una frase luminosa:

“Toda verdad, por quienquiera que sea dicha, procede del Espíritu Santo.”

Esto nos libra del miedo y del aislamiento. No necesitamos temer la verdad en ninguna de sus formas, porque toda verdad auténtica conduce a Cristo, quien es la Verdad plena.

Conclusión: fidelidad en la debilidad

En esta etapa de la vida —con mis límites físicos, mis heridas del pasado y mis nuevos llamados—, es consolador saber que Dios no nos pide autosuficiencia, sino comunión. El Espíritu Santo no nos da omnipotencia, sino la gracia para permanecer, la claridad para discernir y el amor para seguir sirviendo, incluso en el silencio.

No se trata de tener todas las respuestas, sino de estar unidos a Aquel que es la Respuesta.

Y en esa unión, descubrimos que la verdad no nos esclaviza: nos libera. Porque la Verdad, que es Cristo, no solo ilumina el camino: Él camina con nosotros.


Que el Espíritu de verdad, que todo lo sondea hasta las profundidades de Dios (1 Cor 2,10), nos conceda a cada uno una mente sana, un corazón libre y una comunión cada vez más profunda con Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida.


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