El estereotipo del filósofo es de aquella persona que no tiene nada mejor que hacer, apático, abstraido de la realidad, ajeno a los preoblemas de este mundo. Y por ende, la filosofía es una actividad inútil, excluida de la currícula educativa por irrelevante..
¿Es necesaria la filosofía? ¿Cuál sería el papel del filósofo? Intentaré responder a estas interrogantes. En este mundo saturado de información y respuestas inmediatas, hemos perdido el asombro por los misterios fundamentales de la existencia, así como la búsqueda de un principio integrador que dé sentido profundo a nuestras vidas. Recuperar ese asombro implica volver a hacernos preguntas esenciales sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos,: preguntas que no encuentran respuesta en las soluciones rápidas ni en las distracciones cotidianas. La filosofía, como amor por el saber, es precisamente lo que necesitamos urgentemente, porque nos invita a detenernos y reflexionar en lugar de conformarnos con las superficialidades. Al filosofar, abrimos un espacio para cuestionar, para explorar los principios que pueden conectar los fragmentos dispersos de nuestras experiencias, y así construir una visión más coherente y significativa de la vida. Es a través de esta búsqueda filosófica que podemos aspirar a vivir con mayor profundidad y propósito, en lugar de quedarnos en la superficie de lo inmediato y lo efímero. Tal es el camino que los filósofos presocráticos empezaron, respondiendo a la carencia de explicaciones racionales frente a las concepciones de su tiempo.
Aunque la historia nos enseña que el paso del marcó una transición fundamental hacia el pensamiento racional en la Antigua Grecia, esta evolución no ha sido definitiva ni completa. En la sociedad contemporánea, aún persisten mitos modernos que, aunque disfrazados de verdades, carecen de toda fundamentación lógica y se propagan a través de los medios masivos. Estos mitos abarcan desde teorías conspirativas hasta creencias infundadas sobre el bienestar, la política y la ciencia, que se imponen mediante el sensacionalismo y la repetición, más que por la evidencia. En lugar de fomentar una cultura crítica y racional, los medios suelen amplificar estos discursos, logrando que grandes segmentos de la población acepten ideas sin someterlas a un escrutinio riguroso. Este fenómeno pone en evidencia que el sigue siendo vulnerado por narrativas emocionales y simplistas que apelan más a la creencia y el miedo que al razonamiento lógico
Sócrates se destacó por su método de indagación basado en el diálogo y en el reconocimiento de la propia ignorancia como punto de partida para el verdadero conocimiento. Su famosa máxima «solo sé que no sé nada» desafió la pretensión de sabiduría de sus contemporáneos, quienes solían pontificar sobre temas que en realidad no comprendían a fondo. En la sociedad actual, este fenómeno sigue presente, con personajes públicos y figuras de autoridad que, gracias a su popularidad o plataformas de influencia, se erigen como expertos en temas complejos sin el rigor necesario. Al igual que en la Atenas de Sócrates, donde las ideas superficiales y las opiniones sin fundamento prevalecían, hoy vivimos en una época en la que el ruido mediático y la sobreexposición de discursos simplificados contribuyen a la difusión de verdades a medias. Esta tendencia nos recuerda la urgente necesidad de recuperar el escepticismo socrático y el valor de admitir lo que no sabemos, antes de caer en el error de asumir una autoridad sobre temas que apenas comprendemos.
En la era moderna, los libros de autoayuda han proliferado como guías rápidas y accesibles para el bienestar personal, ofreciendo soluciones simplistas a problemas complejos. Sin embargo, esta tendencia ha contribuido a desplazar la profunda reflexión filosófica, que durante siglos ha sido una herramienta esencial para comprender la naturaleza humana y su lugar en el mundo. Mientras que los libros de autoayuda suelen enfocarse en respuestas inmediatas y fórmulas de éxito individual, la filosofía invita a cuestionar los fundamentos mismos de la existencia, desafiando a las personas a explorar temas como la ética, la verdad y la justicia desde una perspectiva crítica. Esta sustitución ha llevado a una simplificación de los dilemas humanos, fomentando una visión más superficial de lo que significa vivir una vida plena y consciente
Es imperativo, por tanto, redescubrir la relevancia de filosofar, no como un ejercicio académico distante, sino como una práctica cotidiana que nos permite confrontar las grandes preguntas que los libros de autoayuda eluden. La filosofía no ofrece atajos ni promesas de felicidad instantánea, sino que nos dota de las herramientas para navegar la incertidumbre, el sufrimiento y la contradicción inherente a la vida humana. Volver a filosofar significa recuperar la capacidad de pensar críticamente, de dudar de lo evidente, y de conectarnos con un saber que trasciende las modas y las fórmulas preempaquetadas. Solo a través de este ejercicio podemos aspirar a un crecimiento auténtico, en lugar de conformarnos con respuestas cómodas y pasajeras.
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