«No he venido a traer paz, sino espada»

«No he venido a traer paz, sino espada»

El sueño que confirma mi decisión

Hace poco tuve un sueño que me marcó profundamente. No fue uno de esos sueños confusos o absurdos, sino uno de esos que uno recuerda al despertar con una mezcla de dolor, claridad y paz. En él, reconocí una verdad que mi corazón ya sabía, pero que necesitaba ser confirmada de forma simbólica, casi profética.

Soñé que estaba en una reunión de antiguos amigos: gente con la que compartí años de vida en una comunidad cristiana protestante. Algunos eran pastores, otros simplemente hermanos con los que alguna vez recorrí caminos de fe, oración y servicio. El ambiente era cálido, acogedor. Había afecto. Había recuerdos. Me sentía querido, aceptado, como si el tiempo no hubiera pasado.

Y entonces ocurrió algo decisivo: me dieron la palabra. Me invitaron a predicar.

Acepté. Tenía la Biblia en la mano. La escena era familiar: yo, el púlpito, las miradas atentas. Pero algo en mí había cambiado. Mientras leía, sentía que ya no podía hablar como antes. Mis palabras eran distintas. Mi alma ya no vibraba igual. No podía mentirles ni mentirme.

Y entonces, en medio de ese silencio interior, resonó dentro de mí una frase de Cristo:

“No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz, sino la espada.”
( Mateo 10:34, Biblia de Jerusalén, 2009)

Esa espada ya había caído. Había hecho un corte, invisible pero irreversible, entre lo que fui y lo que soy ahora.

“Pues la Palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que espada de doble filo: penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.”
( Hebreos 4:12, Biblia de Jerusalén, 2009)

No odio mi pasado. Lo valoro. Agradezco a quienes me enseñaron a amar la Escritura, a buscar a Dios, a servir. Pero ya no puedo volver.
He encontrado la plenitud de la fe en la Iglesia católica. En su liturgia viva. En su Eucaristía. En su comunión con los santos. En su Tradición milenaria. En su humanidad herida pero sostenida por la gracia.

No se trata solo de dogmas. Se trata de una fidelidad más profunda, que toca mi conciencia, mi historia, mi identidad como creyente y como hijo de esta tierra.

Ya no soy el mismo. Aunque los rostros del pasado me sonrían, aunque me inviten a predicar, ya no puedo repetir las palabras de antes, porque he sido tocado por la Verdad.

Este sueño no me alejó de nadie. Pero me recordó algo esencial: el seguimiento de Cristo implica decisiones, a veces dolorosas, a veces solitarias. Pero siempre verdaderas.

“Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.”
( Lucas 9:62, Biblia de Jerusalén, 2009)

Y yo ya no quiero mirar atrás. Aunque me duela. Aunque me quede solo. Porque he encontrado a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida.
Y mi alma, aunque haya amado otras sendas, ya no puede descansar sino en Él.

Nota personal

Este sueño y esta reflexión me han llevado a un lugar de aceptación y paz interior, pero también de firmeza. No puedo traicionar mi fe, pero tampoco puedo olvidar las enseñanzas que me dejaron mis experiencias pasadas. Como católico, sé que la llamada es a acercarme a Dios, y en este camino, la Iglesia Católica es mi hogar y mi identidad.

Comparto esto no como una crítica hacia nadie, sino como una manera de expresar lo que para mí ha sido una travesía espiritual real, dolorosa y profundamente transformadora. Sé que no todos entenderán. Pero tal vez, si tú también estás en una encrucijada de fe, este testimonio te ayude a escuchar con más claridad la voz de tu conciencia, donde Dios habla sin ruido, pero con verdad.

Yo decidí volver a casa. Y encontré paz… justo después de la espada.

Referencias

Biblia de Jerusalén. (2009). Sagrada Biblia. Desclée de Brouwer.

  • Mateo 10:34
  • Hebreos 4:12
  • Lucas 9:62