Sobre la Tradición viva, el Magisterio y la indefectibilidad de la ingenuidad

El ambiente teológico y doctrinal en los últimos tiempos está movido. Faltas de claridad, incoherencias, injusticias, vicios procesales son ejemplo. Lo peligroso que veo —y que quisiera señalar desde el comienzo— es, en primer lugar, una profunda falta de comprensión de lo que verdaderamente es la Tradición. En segundo lugar, una sospecha persistente, casi sistemática, hacia todo lo que ha ocurrido después del Concilio Vaticano II. En tercer lugar, un desconocimiento notable de la historia de la Iglesia, de la teología básica, de su evolución y, sobre todo, del papel que la teología desempeña en el Magisterio. Y en cuarto lugar —quizás el más grave—, el hecho de que muchos no se dan cuenta de que, al sugerir que la Iglesia podría ser finalmente vencida por las fuerzas del mal, están negando su indefectibilidad.

A esto se suma una actitud de desconfianza hacia la jerarquía eclesiástica que roza lo conspirativo, y que nos expone al riesgo de caer, sin advertirlo, en una suerte de libre examen protestante. No niego que existan motivos legítimos de preocupación respecto a ciertos miembros de la jerarquía; pero ya san Pablo advertía que “surgirán lobos que devorarán al rebaño” (Hch 20,29). Y eso ha sucedido en todas las épocas —no solo en la nuestra.

Precisamente por eso, son más necesarios que nunca santos y doctores que nos guíen con claridad en medio de la confusión. No me sorprendería en absoluto que los enemigos de la Iglesia hayan sabido aprovechar incluso el Vaticano II para sembrar división. Pero la respuesta no es el desprecio ni la ruptura, sino lo contrario: seguir siendo católicos, con fidelidad, inteligencia y esperanza.

Esto me hace pensar en casos recientes —como el de los Heraldos del Evangelios y su persecución—, pero también en episodios del pasado: la supresión de los jesuitas en el siglo XVIII, la disolución de los templarios, y otras decisiones eclesiásticas que, con el tiempo, se revelaron profundamente problemáticas. Todo ello nos recuerda una verdad fundamental: la Iglesia es indefectible por ser divina, pero al mismo tiempo falible en su dimensión humana.

Una lectura equilibrada de la situación eclesial contemporánea exige distinguir entre los problemas reales que existen en la Iglesia y ciertas interpretaciones que, aunque bien intencionadas, terminan minando principios doctrinales esenciales del catolicismo. A continuación se exponen ocho puntos donde suelen aparecer errores graves en los ambientes ultratradicionalistas o rupturistas.

  1. Un concepto distorsionado de “Tradición” Muchos críticos del Vaticano II operan con una noción fijista, ahistórica y meramente repetitiva de la Tradición, como si esta fuera un depósito estático. Pero la Tradición viva —según Dei Verbum (DV 8)— es la transmisión dinámica del Evangelio bajo la guía del Espíritu Santo.

La Tradición progresa en la Iglesia: no cambia la sustancia de la fe, pero crece en comprensión, formulación y explicitación.

Negar esta dinámica es desconocer cómo la Iglesia siempre ha desarrollado doctrina: desde Nicea hasta Trento, desde la escolástica medieval hasta la doctrina social contemporánea.

Por eso, oponer “Tradición” y “Magisterio actual” es una contradicción interna: una auténtica Tradición solo existe en comunión con el Magisterio que la interpreta.

  1. Una sospecha sistemática hacia todo lo posterior al Vaticano II La postura de sospecha permanente hacia el Concilio y hacia todo desarrollo magisterial posterior incurre en un doble error:
  • Desconocimiento del carácter pastoral del Concilio, que requirió un lenguaje nuevo para enfrentar desafíos nuevos.
  • Sospecha generalizada, que termina convirtiéndose —sin advertirse al principio— en una forma de “magisterio paralelo”, donde se evalúa la Iglesia actual con criterios privados, no eclesiales.
  • Pero esto contradice explícitamente a Lumen Gentium 25: los fieles deben prestar un “religioso obsequio del intelecto y de la voluntad” al Magisterio auténtico, incluso cuando no ejerce su carisma de infalibilidad.

El rechazo global al Vaticano II implica, además, rechazar la asistencia del Espíritu Santo prometida a la Iglesia en concilio ecuménico.

  1. Falencias históricas y teológicas fundamentales La crítica tradicionalista extrema suele desconocer que:
  • La teología es una disciplina viva: no produce dogmas nuevos, pero sí esclarece y sintetiza la comprensión de la Revelación.
  • El Magisterio no actúa en el vacío, sino en un mundo cambiante que exige nuevos lenguajes, nuevos diálogos y nuevas respuestas.
  • La Iglesia ya había iniciado caminos de renovación bíblica, litúrgica y pastoral antes del Vaticano II (Pío X: reforma litúrgica; Pío XII: Mediator Dei, Divino Afflante Spiritu).
  • Ignorar esto conduce a una lectura simplista en la que todo cambio es sospechoso. Pero así no funciona la historia de la Iglesia.
  1. Un peligro teológico gravísimo: negar la indefectibilidad de la Iglesia Este es quizás el punto más serio.

Al insinuar que la Iglesia habría sido “capturada”, “saboteada”, “corrompida” o “desviada” de forma irreversible desde el Vaticano II, estas posturas:

Niegan implícitamente la promesa de Cristo: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). Sugieren que la Iglesia puede enseñar error universalmente, lo cual es incompatible con su indefectibilidad. Conducen a la idea de una “Iglesia verdadera” oculta, sobreviviente solo en pequeños grupos —una postura idéntica a la de los protestantes radicales y los sedevacantistas. Es decir: el remedio que proponen es peor que la enfermedad.

El resultado final es un protestantismo tradicionalista basado en:

juicio privado, sospecha permanente, ruptura con el Magisterio ordinario, y una visión paranoica de la historia. Esto es exactamente lo contrario de lo que enseñan los Padres y Doctores de la Iglesia.

  1. El riesgo adicional del “libre examen” encubierto La desconfianza obsesiva hacia obispos, papas, sínodos y concilios termina desembocando —aunque no se reconozca— en el mismo principio protestante del libre examen:

“Yo interpreto lo que es católico; yo decido cuándo un Papa está en error; yo juzgo si el Magisterio actual sigue siendo verdadero.”

Esto coloca la autoridad doctrinal no en la Iglesia, sino en la conciencia individual, algo expresamente condenado por el Magisterio desde Trento hasta Pío XII.

  1. El problema real: la santidad personal de quienes enseñan, no la doctrina de la Iglesia Es un error confundir:

la indefectibilidad de la Iglesia (la Iglesia como tal no puede caer en error ni ser destruida), con la falibilidad moral y pastoral de sus ministros (obispos que fallan, épocas oscuras, decisiones prudenciales equivocadas). Ya Pablo advirtió que surgirían “lobos” dentro del rebaño (Hch 20,29). Siempre los hubo: en la antigüedad, en la Edad Media, en tiempos modernos y ahora. Pero nunca han destruido a la Iglesia.

La Iglesia es divina en su origen, humana en su estructura, y por eso puede sufrir heridas, pero no puede perecer.

  1. No es improbable que ciertos enemigos hayan instrumentalizado el Vaticano II Esto es sensato y perfectamente compatible con la doctrina católica.

Los enemigos de la Iglesia —internos o externos— pueden instrumentalizar:

  • un concilio,
  • una reforma,
  • una oportunidad histórica,
  • un clima cultural. Ha ocurrido muchas veces. Pero eso no invalida el Concilio mismo. Lo que debe corregirse es la mala recepción, no el Magisterio.

Es exactamente lo que enseñó Benedicto XVI en su famosa hermenéutica de la reforma en la continuidad.

  1. Conclusión: fidelidad católica sin ingenuidad ni paranoia Tu síntesis final es profundamente católica y equilibrada:

La Iglesia es indefectible por ser divina, y falible en sus miembros por ser humana.

Quien mantenga estas dos verdades simultáneamente permanece dentro de la lógica de los Padres, del Magisterio y de la Tradición viva.

Por eso, ante la crisis posconciliar, la postura verdaderamente católica no es el rechazo del Concilio ni el retraimiento sectario, sino la reforma desde dentro, la fidelidad, la oración y la participación activa en la misión de la Iglesia.


Una respuesta a «Ni ruptura ni ingenuidad: Fidelidad católica en la crisis posconciliar»

  1. Avatar de LIZA LUCIA soberanis vazquez
    LIZA LUCIA soberanis vazquez

    Precioso y verdadero. Es precisamente llevar a la praxis, es decir, a nuestra vida la total confianza en lo que Jesús nos dejó en su evangelio… es algo vivo, que avanza y sigue siendo transformador.

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