Reflexiones sobre el cuidado, la paciencia y el renacer.»
La lección de una planta
Hace unos meses, me regalaron una pequeña planta. Como no tenía mucho espacio, decidí entregársela a mi madre para que la cuidara. El tiempo pasó, y en medio de las ocupaciones diarias, la planta quedó en el olvido. Hace aproximadamente un mes, la encontré casi seca, con hojas marchitas y sin signos de vida. En ese momento, tuve una decisión que tomar: podía descartarla o intentarlo. Opté por lo segundo.
La traje a mi cuarto y la coloqué junto a la ventana, donde pudiera recibir la luz del sol. Comencé a regarla con cuidado, sin excederme, pero asegurándome de que tuviera lo necesario para sobrevivir. No solo le di agua, sino que también le hablé. Puede sonar extraño, pero le dirigí palabras de ánimo, como si pudiera escucharme. Acaricié sus hojas, le di compañía en los momentos en que me sentía triste, y cada día, observé si mostraba algún signo de recuperación.
Al principio, la planta parecía seguir igual. Pero con el paso de los días, noté algo maravilloso: empezaba a renacer. Sus hojas se tornaron más verdes, su tallo más firme y, recientemente, he visto que comienzan a aparecer yemas, preparándose para dar fruto. Me conmovió ver cómo una vida que parecía perdida pudo revivir con un poco de atención, cuidado y paciencia.
Naturaleza y espiritualidad
Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre el poder del cuidado y la restauración. En la tradición católica, hay santos que mostraron un amor profundo por la naturaleza. San Francisco de Asís es el ejemplo más conocido. Él veía a toda la creación como un reflejo del amor de Dios y trataba a cada ser vivo con respeto y ternura. También está San Fiacro, patrono de los jardineros, quien pasó su vida cultivando plantas y utilizándolas para sanar a los enfermos.
Pero más allá del simple cuidado, me di cuenta de que lo que sentía por esta pequeña planta era una forma de amor en Dios. En su fragilidad y en su renacer, descubrí un reflejo del Creador, un mensaje silencioso de su presencia constante. Si la naturaleza entera nos habla de Él, entonces mi ternura por esta planta es también una respuesta a esa voz.
¿Responden las plantas al afecto?
Desde la ciencia, hay estudios que sugieren que las plantas pueden reaccionar a ciertos estímulos externos. Aunque no tienen un sistema nervioso, perciben vibraciones y cambios en su entorno. Experimentos han demostrado que las plantas expuestas a música suave o a palabras amables pueden crecer mejor. Se cree que esto puede deberse a las vibraciones del sonido o, más probablemente, a que quienes cuidan las plantas con dedicación tienden a proporcionarles mejores condiciones de luz, riego y nutrición.
Pero más allá de la ciencia, hay algo profundo en la idea de que una planta pueda responder al amor y la atención. Tal vez no escuche nuestras palabras en el sentido humano, pero sin duda recibe nuestro cuidado. Y en ese proceso, también nos enseña a nosotros. Nos muestra la importancia de la constancia, la paciencia y la esperanza.
La metáfora del renacer
Mirando mi pequeña planta, no puedo evitar pensar en todas las cosas que parecen marchitas en nuestras vidas. A veces, creemos que algo está perdido: una relación, un sueño, una parte de nosotros mismos que hemos dejado en el olvido. Pero quizás, como esta planta, lo único que necesitan es un poco de luz, agua y paciencia.
Cada día, cuando la coloco al sol o la observo desde mi escritorio, me recuerda que lo que parece seco puede volver a florecer. Que incluso en los momentos de mayor cansancio y dolor, hay algo que puede renacer dentro de nosotros.
Así como una planta atraviesa estaciones de frío y sequía antes de florecer en primavera, también nosotros vivimos ciclos de oscuridad antes de volver a resurgir. No importa cuán desolado parezca el terreno, la vida siempre encuentra una grieta por donde brotar. Lo mismo ocurre con nuestras almas: incluso en tiempos de desolación, el renacer es posible si recibimos lo necesario para florecer.
Esta contemplación me recordó el carisma dominico, donde la búsqueda de la verdad y la contemplación de la realidad llevan al encuentro con Dios. En lo pequeño y en lo aparentemente insignificante, se puede descubrir su presencia. Así como los dominicos encuentran en el estudio y la oración una vía hacia la verdad, yo encontré en esta planta un mensaje silencioso de esperanza.
No sé si seguiré hablándole a mi planta (quizás sí, y quizás no esté tan loco por hacerlo), pero de algo estoy seguro: esta pequeña vida me ha enseñado una gran lección. Y tal vez, si alguna vez te encuentras con algo que parece perdido, puedas recordar que a veces, solo necesita un poco de cuidado para volver a crecer.
Una promesa de vida en la Escritura
Esta experiencia también me recordó una hermosa promesa en la Biblia:
«El justo florecerá como la palmera, crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa del Señor, florecerán en los atrios de nuestro Dios. Aun en la vejez darán fruto, estarán vigorosos y verdes.»(Salmo 92:12-14)
San Juan de la Cruz, en su poesía mística, también nos habla del renacer a través del amor divino:
«Y déjame muriendo un no sé qué que queda balbuciendo.»
Así como mi pequeña planta renació con un poco de amor y cuidado, nosotros también podemos florecer cuando nos nutrimos de aquello que nos da verdadera vida. Aun cuando parezca que estamos en sequía, Dios nos fortalece y nos permite dar fruto en su tiempo. Porque al final, la vida, en todas sus formas, siempre busca la manera de volver a brotar.
Aun en los días en que la melancolía y la incertidumbre me rodean, descubro que dentro de mí sigue existiendo la capacidad de crear belleza, de cuidar y de motivar al bien. Esta pequeña planta me lo ha recordado: incluso en medio de la aridez, la vida sigue buscando florecer. Y si una simple semilla puede renacer con amor y cuidado, ¿cuánto más podemos hacerlo nosotros cuando encontramos sentido en lo que hacemos y lo ofrecemos a Dios?
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