Miren las aves del cielo, que no siembran ni cosechan ni recogen en graneros, y sin embargo, su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?» (Mateo 6:26).
Todos los días nos levantamos a luchar por la subsistencia, enfrentamos problemas y preocupaciones, y en medio de esta rutina es fácil perder de vista la realidad de Dios. No es que dejemos de creer en Él, pero en la práctica, nuestra vida se llena de distracciones y responsabilidades que nos hacen actuar como si no estuviera presente.
Después de rezar los laudes, mi mente muchas veces se dispersa con pendientes, preocupaciones y tareas. Y en medio de esa vorágine de pensamientos, me preguntaba: ¿Dónde está Dios? Imag[inate las personas que viven constantemente, sin momentos de oración y contemplación, es natural que su presencia se vuelva borrosa en nuestro día a día. Y también nos puede pasar a los que oramos habitualmente si no cuidamos nuestro diálogo interno.
Hoy, mientras alimentaba a las aves que llegan a mi jardín, sentí las mismas cargas mentals de siempre. Sin embargo, cuando las vi esperar pacientemente y tomé conciencia de que cada día reciben su alimento, una verdad me sacudió: Dios cuida de ellas, y aún más de nosotros.
Es que mientras les daba de comer, una voz interior me preguntó: ¿De dónde procede el deseo de alimentarlas? Me detuve un instante, y la respuesta fue clara: el mismo Dios que cuida de ellas me estaba usando como una extensión de sí mismo. De repente, entendí algo profundo: si Él me mueve a cuidar de unos pequeños animales, ¿cuánto más Él cuidará de mí?
«Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano, y sacias el deseo de todo ser viviente.» (Salmo 145:15-16).
Conclusión
A veces nos sentimos solos en medio de nuestras cargas, pero Dios nunca nos abandona. Así como pone cuidado en alimentar a los pajarillos, también se ocupa de cada detalle de nuestra vida, incluso cuando no lo percibimos. En los días de duda, cuando no encontramos las palabras para orar, basta con mirar la naturaleza y recordar que su amor nos sostiene.
Si alguna vez sientes que Dios está en silencio, observa lo que te rodea. La creación es un libro abierto que nos habla de él. Pero muchas veces es el estado de nuestro corazón el que nos impide verlo:
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
En vez de pensar que Dios no nos habla, quizás, en un acto tan simple como alimentar a las aves, Él ya te está hablando.
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