Christopher Dawson entendía la cultura como un fenómeno que va más allá de lo social y lo económico. Para él, la cultura no era simplemente un conjunto de estructuras materiales o instituciones organizadas en función de la producción y la política, sino que tenía un núcleo espiritual y moral que le daba sentido. Dawson veía la cultura como el reflejo de principios superiores que orientan a la sociedad y que no pueden reducirse a una simple consecuencia de las condiciones económicas o políticas.
Según su visión, la religión, la filosofía y las tradiciones no son elementos secundarios de la cultura, sino que constituyen su esencia y la impulsan. La cultura, por tanto, no puede entenderse sin reconocer la existencia de un orden trascendente, que podríamos llamar divino, y que ha sido el motor de las grandes civilizaciones a lo largo de la historia.
La visión marxista: la cultura como superestructura
En contraste con Dawson, la visión marxista clásica, basada en el materialismo histórico, considera que la cultura es una simple superestructura determinada por la base económica. Según Karl Marx, la historia de la humanidad es fundamentalmente una lucha de clases, donde las relaciones económicas determinan todas las instituciones sociales, incluidas la religión, la moral y la cultura.
Desde esta perspectiva, las ideas y valores de una sociedad no son más que instrumentos de dominación empleados por la clase dominante para mantener su control sobre los medios de producción. La cultura, en este sentido, no tiene autonomía ni responde a principios superiores, sino que es moldeada por las relaciones de poder y explotación dentro de un sistema económico determinado. Por eso, en el marxismo ortodoxo, la transformación cultural no es un fin en sí mismo, sino una consecuencia de la transformación de la estructura económica.
Crítica a la visión marxista desde Dawson
Dawson criticó el reduccionismo marxista por suponer que toda la realidad cultural puede explicarse en términos de relaciones económicas. En su visión, reducir la cultura a la economía es ignorar la complejidad del espíritu humano y la influencia de valores, creencias y tradiciones en la evolución de las sociedades.
Históricamente, hay múltiples ejemplos donde la religión o la filosofía han sido motores del cambio más allá de lo económico. Por ejemplo, el cristianismo transformó profundamente la civilización romana y medieval, no como un fenómeno ligado a un modo de producción específico, sino por la fuerza de sus principios espirituales. De igual forma, movimientos filosóficos como el Renacimiento o la Ilustración provocaron cambios sociales radicales que no pueden entenderse solo desde la lucha de clases.
Dawson también advertía que la negación de principios trascendentes en el marxismo lleva al relativismo moral, socavando la base ética de la sociedad. Si todo se reduce a una lucha de poder, desaparece cualquier criterio objetivo para el bien y el mal, quedando solo narrativas en competencia. Esto, según Dawson, ha llevado a crisis culturales donde la identidad y los valores fundamentales se ven fragmentados y manipulados por intereses ideológicos.
La evolución del marxismo: de la economía a la batalla cultural
A pesar de la insistencia de Marx en la primacía de la economía, la nueva izquierda gramsciana ha evolucionado hacia una visión distinta, dando mayor importancia a la cultura como campo de lucha. Antonio Gramsci argumentó que la clase dominante no solo ejerce poder a través del control económico, sino también mediante la hegemonía cultural, es decir, imponiendo sus valores y su visión del mundo en la educación, los medios de comunicación y las instituciones.
De este modo, la batalla cultural reemplazó en gran parte a la lucha de clases tradicional. La nueva izquierda ya no se enfoca únicamente en fábricas y sindicatos, sino en universidades, literatura, cine y redes sociales, buscando transformar la percepción de la realidad a través del lenguaje y las narrativas ideológicas. Aunque esta estrategia reconoce la importancia de la cultura, sigue operando bajo la lógica marxista de conflicto y poder, manteniendo la idea de que la cultura es un instrumento de dominación.
Dawson y la batalla cultural contemporánea
Desde la perspectiva de Dawson, este cambio dentro del marxismo confirma su propia visión: la cultura no es un simple reflejo de la economía, sino que tiene vida propia y puede determinar el rumbo de las sociedades. Sin embargo, el problema con la nueva izquierda gramsciana es que sigue sin reconocer una base trascendente para la cultura. Si la cultura es vista solo como un campo de batalla ideológico, se convierte en un juego de poder sin valores universales ni un horizonte común.
En la actualidad, vemos las consecuencias de esta visión en la crisis de identidad y relativismo que afecta a muchas sociedades. Al eliminar todo principio trascendente, la cultura se fragmenta en luchas de poder constantes, sin un fundamento sólido que la unifique. Para Dawson, solo una cultura que reconozca principios superiores y un orden trascendente puede dar estabilidad y sentido a la vida humana.
Conclusión
La visión de Dawson sobre la cultura y los principios superiores ofrece una crítica profunda al reduccionismo marxista y a su evolución gramsciana. Mientras que el marxismo clásico veía la cultura como una simple superestructura determinada por la economía, Dawson defendía su autonomía y su raíz trascendente. Aunque la nueva izquierda ha adoptado la batalla cultural como una estrategia clave, sigue atrapada en una lógica de conflicto y poder, sin reconocer la necesidad de un fundamento trascendente para la cultura.
La pregunta que queda abierta es si una sociedad puede sostenerse sobre una cultura fragmentada por la lucha ideológica o si, como argumentaba Dawson, solo el reconocimiento de principios superiores puede dar estabilidad y propósito a la vida humana.