La cobardía moral: un pecado que nos condena al silencio

La cobardía moral: un pecado que nos condena al silencio

Apocalipsis 21,8
«Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos, su parte será en el lago que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.»
(Biblia de Jerusalén)

En el libro del Apocalipsis se menciona que quedan fuera del Reino —entre otros tipos de personas— los cobardes. ¿Quién es un cobarde según este contexto? Es aquel que ha dado su brazo a torcer, que ha transigido frente a la provocación, la presión o las amenazas del Anticristo, negando su fe en Cristo.

Un cobarde, entonces, es alguien dispuesto a hacer componendas, a vender sus principios, con tal de tener seguridad o ganar algún otro tipo de beneficio. Cuando Satanás tentó a Jesús ofreciéndole todos los reinos del mundo a cambio de adoración, le estaba pidiendo que renunciara a sus valores morales. Ser inmoral es, en el fondo, no ser fiel a la verdad, ni a la ética, ni a la conducta correcta. Un cobarde moral es aquel que puede pisotear principios por una falsa sensación de bienestar o por la comodidad de no hacerse problemas con nadie.

Tenemos ejemplos dolorosos de cobardía moral en la Alemania nazi, cuando gran parte del pueblo se escudó tras el cliché de: “yo solo obedecía órdenes” o “todos lo hacían”. Pero este drama es más serio aún cuando lo enfrentamos en situaciones cotidianas de abuso: abuso infantil, abuso laboral, violencia doméstica. En estos casos, la cobardía moral impide a muchos —incluso a quienes son afectados— alzar la voz, protestar o siquiera denunciar, por miedo a perder el trabajo, la seguridad o el prestigio.

Una de las cosas más poderosas que dice el Apocalipsis es que vencemos a Satanás por la valentía de dar testimonio, de proclamar a Jesús, de pertenecer a la Iglesia, y de sostener la moral y la ética cristiana. No todos estamos llamados a ser mártires como los del Apocalipsis, pero todos enfrentamos presiones cotidianas para rebajar nuestras normas morales, para permitir que se cometan injusticias, incluso bajo el pretexto de un supuesto bien mayor.

Dios siempre nos demandará asumir la postura correcta frente a los abusos y frente a quienes los cometen.

¿Cómo hablan los cobardes?

Una marca inconfundible del cobarde moral es que siempre recurre a frases como: “¿Quién soy yo para juzgar?” o “No es mi papel”. Esta es una manera elegante de evitar emitir un juicio moral correcto desde una conciencia ilustrada. Se escudan detrás de la religión o incluso de pasajes del Evangelio mal interpretados, todo por no enfrentar el desafío de decir lo que está mal.

¿Y qué es la justicia, después de todo? ¿Podemos quedarnos con la definición de Aristóteles: dar a cada quien lo que le corresponde? Si una autoridad comete arbitrariedades, se le debe reprender. Si un subordinado actúa mal, se le debe corregir. Dar a cada quien lo que corresponde.

Pero muchas veces, por poner “paños fríos” o por culpabilizar a la víctima —porque “todos somos pecadores”— se cae en una forma sutil y peligrosa de cobardía moral.

La neutralidad no es una opción

Hay cosas ante las que no podemos ser neutrales. Y quien pretende no tomar postura, ya ha elegido un bando: el del silencio, el de la complicidad.

Recuerdo la época de los escándalos de abuso sexual dentro de la Iglesia. Desgraciadamente, aunque no todos eran culpables, sí hubo muchos. Y lo que hacían algunas autoridades era simplemente cambiar de diócesis al abusador, poner paños fríos, o incluso culpabilizar a la víctima. ¿Por quedar bien con quién?

En el plano laboral, ocurre algo similar. Cuando hay explotación, muchos callan por temor a perder el trabajo. Pero hay cosas más importantes que el trabajo mismo: la dignidad y el respeto por uno mismo. En la cultura moderna, bajo la bandera de una falsa paz o tranquilidad, se dejan de lado valores fundamentales como la justicia, el bien y la verdad.

Y esa es la forma más triste de cobardía moral.

¿Y si nos pasa cerca?

Hace poco fui testigo de un incidente de maltrato evidente. A las víctimas se las culpó injustamente, se les negó reconocimiento y fueron sometidas a chantaje religioso y manipulación emocional. Muy pocos asumieron una postura clara ante lo que era evidentemente incorrecto.

¿Cuál fue el pretexto de los cobardes? “Hay que comprender al agresor”, “No es el momento adecuado”, “Mejor no hagamos escándalo”. No fue prudencia, fue cobardía.

Confundimos caridad con permisividad. Prudencia con pusilanimidad. Dios quiera que tengamos la luz para distinguir una de otra.

Jesús no fue cobarde

Jesús, ante el abuso cometido en la casa de Dios, no dudó en usar un látigo para expulsar a los mercaderes del templo. ¿Y no hace falta hoy ese mismo tipo de valentía? Pero nos hemos acostumbrado a una imagen diluida de Jesús: el varón irresoluto, pusilánime, que va adonde sopla el viento.

Y esa es la imagen que muchos cristianos dan hoy: como en aquella canción de los años 80, “soy un hombre sin convicciones, voy donde me lleve el viento”.

Pero cuando te niegas a elevar la voz ante la injusticia, cuando renuncias a proclamar la verdad y el bien, eres simplemente eso: un hombre sin convicciones. Y negar la verdad es negar a Dios, que es la Verdad. Negar el bien es rechazar a Dios, que es el Sumo Bien. Negar la justicia es negar a Dios, que es Juez Justo.

Somos profetas: no podemos callar

Muchas veces somos puestos a prueba. Se espera de nosotros que levantemos nuestra voz. Y si elegimos callar, ya hemos tomado una decisión: la de ser cómplices.

Dios quiera que podamos desarrollar el coraje y el valor de oponernos a lo que debe ser opuesto. Este es un mensaje también para muchos grupos parroquiales que conozco, y lo digo claramente: bajo el pretexto de “no juzgar” o de “estar bien con todos”, se niegan a emitir juicios morales. Pero emitir un juicio moral es parte de nuestra vocación cristiana.

¿Cómo vamos a cumplir los Mandamientos si no sabemos distinguir el bien del mal? ¿Cómo obedeceremos a lo que dice Ezequiel 33 si no corregimos al que yerra? La sangre de nuestros hermanos nos será demandada si no advertimos al pecador.

¿Acaso no enseña la Iglesia, entre las obras de misericordia espirituales, a corregir al que yerra y enseñar al que no sabe?

Que Dios nos dé valor

Bajo una falsa paz, muchas veces escondemos nuestra cobardía moral. Pero Dios nos llama a más. En nuestro bautismo fuimos constituidos profetas, además de sacerdotes y reyes.

El profeta anuncia el Reino y denuncia el pecado. No hacerlo es una grave omisión. Y la omisión, también, nos será tomada en cuenta.

Que Dios nos ayude. Que recapacitemos. Que cambiemos. Y que a partir de ahora cumplamos verdaderamente lo que nuestra fe nos demanda.

Dios nos bendiga.