Invertir la pirámide

Invertir la pirámide

Vivir desde el Reino, no desde la ansiedad

“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.”
— Mateo 6,33

Desde mediados del siglo XX, la llamada pirámide de Maslow ha influido poderosamente en nuestra visión del ser humano. Según este enfoque, el desarrollo personal ocurre en etapas, donde lo más urgente es satisfacer las necesidades fisiológicas (como el alimento, el sueño y la seguridad). Solo una vez cubiertas esas bases —dice Maslow— podemos aspirar a niveles más elevados: afecto, reconocimiento, autorrealización e incluso espiritualidad. El mensaje es claro: primero ocúpate de lo concreto y urgente; primero asegúrate de que tú y los tuyos estén satisfechos; entonces, y solo entonces, podrás dedicarte a lo trascendente, a reflexionar, a buscar a Dios.

Incluso en ambientes religiosos se repite con frecuencia: “Primero la obligación, después la devoción.” Pero esta lógica —tan aceptada y aparentemente sensata— choca de frente con el Evangelio. Me recuerda la escena de Marta y María: una se afana por las tareas del día, por “lo urgente”, mientras que la otra se sienta a los pies del Maestro. Y Jesús, con ternura pero firmeza, declara: “María ha escogido la mejor parte.”

¿Y si en lugar de esperar a tener todo en orden para buscar a Dios, hiciéramos de Dios el centro desde el cual se ordena todo lo demás?

Vivimos en un tiempo donde las necesidades básicas parecen haber tomado el control del alma. Comer, dormir, tener éxito, obtener placer, asegurar el mañana… todo gira en torno a la supervivencia y al confort. De manera casi incuestionable, damos por sentado que la vida debe construirse desde abajo: satisfacer lo físico, luego lo emocional, y por último —si se puede— lo espiritual.

Sin embargo, Jesús propone algo completamente distinto. En el Sermón del Monte, dice con claridad:

“No se preocupen diciendo: ‘¿Qué comeremos?’, ‘¿Qué beberemos?’, ‘¿Con qué nos vestiremos?’… Su Padre celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todo eso. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.”
(Mateo 6,31-33)

Este mensaje no es solo una exhortación espiritual. Es una crítica frontal al orden de prioridades del mundo. Es un llamado a invertir la pirámide. No es lo espiritual lo que debe esperar a que lo material esté resuelto; es lo material lo que encuentra su verdadero lugar cuando lo espiritual ocupa el centro.

Jesús no niega nuestras necesidades. No dice: “no comas”, “no trabajes”, “no planifiques”. Lo que cuestiona es la angustia con la que nos aferramos a esas necesidades, y la manera en que permitimos que ellas gobiernen nuestra vida.

El problema no es tener necesidades. El problema es vivir dominado por ellas, pensando que de su satisfacción depende nuestra identidad, nuestro valor, nuestra paz. Pero esa lógica solo conduce a la ansiedad y a la frustración, porque siempre habrá una necesidad nueva, un miedo más, una preocupación que quita el sueño.

Por eso, Jesús ofrece otra vía: la vía de la confianza. Una confianza que no es ingenuidad, sino fruto de una relación profunda con Dios Padre. Si Él cuida de las aves del cielo y viste a los lirios del campo —que hoy existen y mañana desaparecen—, ¿cómo no cuidará aún más de nosotros?

Aquí no se trata de un llamado a la pasividad, sino a vivir desde lo alto. Poner el Reino de Dios en primer lugar no significa dejar de trabajar ni ignorar lo cotidiano, sino centrarlo todo en Dios. Trabajar por el Reino significa vivir con justicia, actuar con misericordia, buscar la verdad, construir paz, ser honestos, sembrar esperanza. Y cuando eso está en el centro, lo demás deja de ser fuente de ansiedad y se convierte en añadidura.

Esta inversión de prioridades es profundamente contracultural. En un mundo donde reina la lógica del consumo, del control y del rendimiento, Jesús nos invita a descansar en una lógica distinta: la de la providencia, la gratuidad y la confianza.

Vivir así no es fácil. Exige fe, renuncia, atención interior. Pero también nos libera. Nos permite respirar, dejar de correr detrás de lo que no llena, y comenzar a vivir desde lo esencial.

Ocio, contemplación y el ritmo del alma

En el mundo moderno, la palabra ocio suele asociarse con pasividad, entretenimiento vacío o incluso con pereza. Sin embargo, en su raíz clásica, el ocio (otium en latín, scholé en griego) no era un tiempo perdido, sino un tiempo ganado para el alma.

El llamado griego: «Conócete a ti mismo»

El lema “Γνῶθι σεαυτόν” (gnōthi seautón), grabado en el templo de Apolo en Delfos, resume esta visión. Sócrates lo toma como punto de partida de su misión: ayudar a las personas a conocerse a sí mismas, a descubrir su ignorancia, y a buscar la verdad del alma. El ocio verdadero era el tiempo reservado para el estudio, la meditación, la conversación interior, la filosofía. Era el espacio que nos permite revisar nuestra vida, aprender de nuestros errores, pensar antes de actuar, escoger valores, definir rumbo. Era considerado el clima natural donde florece la sabiduría.

Conexión con el cristianismo

Jesús no sólo confirma esta necesidad interior, sino que le da una nueva profundidad: la contemplación no es solo reflexión, sino también oración; no solo autoconocimiento, sino también encuentro con Dios.

Él mismo se retiraba al monte, al desierto, al silencio, no para huir del mundo, sino para unirse al Padre, para reencontrar la fuente de su misión. Y enseña a sus discípulos a hacer lo mismo: a entrar en su cuarto, cerrar la puerta y orar en lo secreto (cf. Mt 6,6).

Jesús no desprecia la actividad. Al contrario, Él sana, enseña, trabaja. Pero no se deja absorber por la urgencia. Nos enseña un equilibrio sagrado: trabajar sin perder el alma, actuar sin perder el centro, servir sin dejar de mirar al Padre.

El ocio, en esta clave, no es interrupción de la vida, sino su respiración más profunda. Es el momento en que el alma recupera su ritmo, su dignidad, su orientación. Y es allí donde podemos elegir lo que realmente importa.

Como decía Josef Pieper, “el ocio es la base de la cultura”. Y para el cristiano, es también la base de la oración y del discernimiento. Una vida que corre sin detenerse se vuelve una vida que se pierde.

Sócrates lo intuyó: una vida no examinada no vale la pena vivirse. Él emplea la palabra ἐξέτασις (exétasis), que significa “examen, indagación”. La vida examinada es una vida en la que el alma no se deja arrastrar por la costumbre ni por la opinión ajena, sino que se observa a sí misma, busca el sentido, el bien, la verdad.

Jesús lo vivió: una vida en comunión con Dios es la vida plena.

Al final, todos elegimos desde dónde vivir: desde el miedo o desde la fe, desde el control o desde la entrega, desde el yo o desde el Reino.

Jesús ya nos dio la clave. Ahora, nos toca elegir:

“Buscad primero el Reino de Dios…”