Reflexión desde la Filosofía y la Fe
¡Saludos a todos!.
Hace varios días que no escribo. Algunos me han preguntado cómo me encuentro. Lo que puedo decirles es que no escribí antes porque, en estos días, estuve dedicado a vivir. A vivir lo que escribo. Porque, en el fondo, Dios quiere que nosotros mismos seamos el mensaje: ser como cartas vivas.
Creo que la felicidad, al menos aquí en la tierra, son instantes de plenitud. Esta idea me recuerda a Séneca, quien en De la brevedad de la vida afirma que no se trata de vivir muchos años, sino de vivirlos bien. La vida verdaderamente vivida es aquella de la que somos conscientes. También me viene a la mente Sócrates, quien dijo que “una vida sin examen no merece ser vivida” (Platón, Apología). Cuántas veces dejamos que cosas valiosas pasen por delante de nosotros sin detenernos a apreciarlas, a saborearlas. Y esos pequeños momentos de felicidad se ahogan en una maraña de dudas, rutina y desaliento.
También me acompaña el pensamiento de Epicteto. No puedo controlar las circunstancias externas, pero sí mi actitud ante ellas. Puedo decidir si las vivo con serenidad o con rebeldía. No se trata de negar el sufrimiento, sino de abrazarlo como parte de la naturaleza humana. A diferencia de los estoicos clásicos, yo reconozco el valor del dolor no como castigo, sino como posibilidad de madurez, de sabiduría, incluso de gracia.
Séneca decía que para los sabios, el sufrimiento es algo reservado por los dioses a quienes consideran capaces de soportarlo. En De la brevedad de la vida, afirma que los que viven con lucidez no necesitan más tiempo, sino más profundidad.
Desde la Escritura, el Eclesiastés nos recuerda que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ecl 3,1). Y en su conclusión, declara: “El fin de todo discurso oído es este: teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre” (Ecl 12,13). En otras palabras: lo único permanente es el sentido que encontramos en Dios, más allá de los vaivenes de la vida.
Y Job, en medio del dolor y la pérdida, exclama: “¿No es acaso dura la vida del hombre sobre la tierra? ¿No son sus días como los de un jornalero?” (Job 7,1). La vida como milicia, como batalla, pero también como confianza radical.
Por eso hoy, recostado con mi gata, con mi madre que ha comido, con los pequeños logros del día —como perdonar una deuda, arreglar el monitor, o simplemente respirar en paz por un rato—, puedo decir que soy feliz, aunque solo sea por dos minutos. Y eso ya es suficiente.
Referencias
Epicteto. (2004). Manual (Enquiridión) (E. C. Díaz, Trad.). Editorial Gredos. (Obra original escrita ca. siglo II)
Platón. (2005). Apología de Sócrates (C. García Gual, Trad.). Alianza Editorial. (Obra original escrita ca. 399 a.C.)
Séneca, L. A. (2011). De la brevedad de la vida (J. P. Rico, Trad.). Alianza Editorial. (Obra original escrita ca. 49 d.C.)
La Santa Biblia. (1995). Eclesiastés y Job. Biblia de Jerusalén (4ª ed.). Desclée de Brouwer. (Obra original)