¿Ser tu propio jefe o esclavo de ti mismo?

Hace unos años, caí en el hechizo de los discursos motivacionales de las empresas multinivel. Frases como:

«Sé tu propio jefe. Maneja tu tiempo. Diseña tu futuro.»

Sonaban tan poderosas, tan liberadoras, que cualquiera podría creer que estaba a un paso de alcanzar la verdadera independencia.

Parecía el sueño hecho realidad: sin jefes, sin horarios, sin límites. Solo tú, tu empuje y un mundo de posibilidades.

La trampa detrás del sueño

Pero con el tiempo descubrí que aquella libertad tenía un precio oculto. Para mantener ingresos, debía cumplir cuotas, reclutar constantemente y estar siempre “encendido”, disponible las 24 horas. No había horario fijo… porque todo momento era una oportunidad para vender.

La presión no venía de un jefe externo. No había capataz, ni despido inminente.
La presión venía de mí mismo: de mi motivación, de mis sueños, de esa voz interior que repetía:
«No puedes rendirte. No eres lo suficientemente fuerte si lo haces.»

Fue entonces cuando entendí lo que el filósofo Byung-Chul Han describe en La sociedad del cansancio: vivimos en una era donde ya no necesitamos vigilantes.
Nos convertimos en nuestros propios explotadores —y lo hacemos con entusiasmo, creyendo que somos libres.

La promesa de “ingresos pasivos” era un espejismo.
El verdadero “pasivo” era yo: agotado, corriendo en una rueda que giraba sin sentido.
Y si no llegaba a las metas, la culpa era mía:
«No creí lo suficiente. No me esforcé lo suficiente.»

Esa es la violencia más sutil: cuando el sistema logra que ya no te rebeldes contra otro, sino contra ti mismo.

El faraón no desapareció… se internalizó

En el Éxodo, el faraón es el símbolo del poder opresor: controla la vida, exige producción sin descanso y mantiene al pueblo en esclavitud. No le interesa el bienestar de los israelitas, solo su productividad.

Hoy, ese faraón no ha desaparecido.
Sigue existiendo, pero ya no siempre lleva corona ni vive en un palacio.
El faraón es ahora el sistema: el capitalismo sin ética, el consumismo desenfrenado, la cultura del «más, más, más», las deudas que nos atan, las redes sociales que miden nuestro valor por seguidores y likes.

Pero aquí está lo más preocupante:
ese sistema ya no necesita forzarnos desde afuera.
Nos ha moldeado de tal manera que ahora nos convertimos en nuestro propio faraón.

Ya no necesitas un opresor con látigo.
Tú mismo te exiges más horas, más resultados, más logros.
Tú mismo te juzgas si no avanzas.
Tú mismo te convences de que si fracasas, es por tu falta de fe, de esfuerzo, de «mentalidad ganadora».

El sistema no te domina: te internaliza.
Y tú, sin darte cuenta, te vuelves su brazo ejecutor sobre ti mismo.

El faraón moderno también esclaviza a tu familia

Y esta esclavitud no solo nos consume a nosotros.
El faraón interno también invade el hogar.
Roba las cenas en familia, los momentos de juego con los hijos, las conversaciones profundas con tu pareja.
Reemplaza el descanso con ansiedad, y la presencia con productividad.

Y las consecuencias no se hacen esperar:
frustración, depresión, deshumanización.
Enfermedades del alma, no del cuerpo.
No hay heridas visibles, pero el corazón gime bajo el peso de una vida que ya no reconoce.

El faraón no teme a Dios —ni quiere que le sirvamos

Lo que el faraón no quería era que el pueblo saliera al desierto a adorar a Dios.
No le importaba que le dieran parte de su tiempo o parte de sus posesiones.
Él estaba dispuesto a negociar:
«Vayan, ofrezcan sacrificios… pero no vayan muy lejos. Y dejen aquí a sus familias, a sus rebaños.» (Éxodo 10:11)

Quería un culto domesticado, controlado, fragmentado.
Un Dios que no exigiera todo.

Pero Moisés fue claro: el llamado de Dios no es parcial.
No se trata de darle un rato los domingos, o una décima del dinero, mientras el resto lo consumimos en la rueda del sistema.
El llamado es a adorarlo con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (Marcos 12:30).

Como dice Colosenses 3:17:

«Y todo lo que hagáis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dándole gracias a Dios Padre por medio de él.»

No hay compartimentos.
No hay áreas “neutrales”.
Todo debe ser vida de servicio, todo debe ser adoración.

Pero el faraón —el sistema, y ahora también nosotros como sus cómplices internos— no quiere eso.
Porque un corazón entregado a Dios ya no es fácil de manipular.

Esta sociedad nos hace subir la escalera equivocada

Esta dinámica me recuerda una de las enseñanzas más profundas de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, de Stephen Covey:

Muchos pasan sus vidas subiendo una escalera con esfuerzo, solo para llegar arriba y descubrir que estaba apoyada en la pared equivocada.

Y eso es exactamente lo que ocurre.
Nos movemos con prisa, con estrategia, con “disciplina”,
pero sin detenernos a preguntar:
¿Para qué?
¿Para quién?
¿A qué costo?

Subimos para tener más, pero perdemos el alma.
Trabajamos para “darles lo mejor” a nuestros hijos,
pero no tenemos tiempo para abrazarlos.
Nos hacemos “exitosos” para el mundo,
pero desconectados de Dios, de nosotros mismos, de la vida.

Y al final, no es el fracaso lo que duele.
Es el desperdicio de una vida que pudo haber sido plena, significativa, consagrada.

¿Liberación o solo otra forma de esclavitud?

En el Éxodo, Dios libera a su pueblo mediante Moisés. Pero no es un camino fácil: hay pruebas, miedos, y un desierto que cruzar.
La libertad no se regala. Se conquista con fe, paciencia y decisión.

Igual hoy.
Liberarse del faraón moderno —ese sistema que nos oprime desde afuera y desde adentro— requiere:

  • Conciencia: reconocer que no solo hay un sistema opresor, sino que a menudo lo llevamos dentro.
  • Arrepentimiento interior: dejar de adorar la productividad, el éxito y el control.
  • Límites claros: decir “no” al consumo compulsivo, al trabajo sin sentido.
  • Disciplina financiera y espiritual: vivir de acuerdo con lo que tenemos y con lo que Dios nos llama a ser.
  • Devoción integral: devolverle a Dios no solo momentos, sino toda la vida.

Porque la verdadera libertad no es ser tu propio jefe bajo las reglas del mercado.
Es recuperar el control de tu tiempo, tu energía y tu propósito, para vivir bajo un único Señor: Cristo.

¿Quieres ser tu propio jefe… o esclavo de ti mismo?

Hoy miro atrás y agradezco aquella experiencia.
No por lo que prometía, sino por la lección que dejó:
la libertad real no está en trabajar más, sino en vivir mejor.

No se trata de huir del cansancio.
Se trata de construir una vida donde el trabajo no nos consuma por dentro,
donde el tiempo no sea un enemigo,
y donde Dios no sea un apéndice, sino el centro.

Quizás la pregunta no deba ser:

«¿Quieres ser tu propio jefe?»

Sino:

«¿Quieres ser esclavo de ti mismo… o siervo de Dios?»

Porque el faraón sigue aquí.
Pero a veces, el faraón… eres tú.

Y si la respuesta es la segunda,
entonces tal vez sea hora de emprender tu propio Éxodo.
No hacia un desierto lejano,
sino hacia una vida donde todo, en nombre de Jesús, sea adoración.

Porque no se trata de subir más rápido.
Se trata de asegurarse de que la escalera esté apoyada…
en la pared de Dios.


Una respuesta a «Entre la libertad prometida y la autoexplotación»

  1. Avatar de Rosario Hinostroza Portocarrero
    Rosario Hinostroza Portocarrero

    Absolutamente de acuerdo!!
    Y somos arrastrados en esa corriente poderosa, sin pensar siquiera cuando y cuál será el final de toda esa esclavitud asumida por nosotros y para nosotros equivocadamente.
    No recordando que estamos de paso por este mundo, y no sabemos el día no hora, y de pronto llega y con que nos presentamos, si después de vernos en nuestra desnudes, fuimos esclavos de nosotros mismos y ahora que nos corresponde??

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