Una Reflexión A La Luz De Abraham y Lot
La vida, como bien dice el dicho, enseña a golpes. Cada etapa, cada reto, cada desencuentro o desilusión son oportunidades para que miremos dentro de nosotros mismos y descubramos algo más profundo. No siempre lo entendemos al momento, pero al final, muchas situaciones no llegan para destruirnos, sino para pulirnos.
Recientemente viví una experiencia que, aunque aparentemente trivial, me dejó una enseñanza muy clara: uno debe elegir sus batallas. Un restaurante al que solía pedir almuerzos me generó una confusión con los pagos. Di efectivo varias veces, confiando en la buena fe del repartidor. Pero al revisar los estados de cuenta, noté que los cargos seguían allí, sin reflejo de abonos. Podría haber hecho un escándalo. Tal vez muchas personas me tilden de ingenuo. Pero prioricé mi paz. Asumí el costo, dejé claro que no volvería a contratar el servicio, y seguí adelante.
¿Fue una pérdida de dinero? Tal vez. ¿Fue una victoria interior? Sin duda.
Y es ahí donde el pasaje bíblico de Abraham y Lot cobró sentido para mí. Ambos tenían que tomar una decisión importante cuando sus respectivos pastores comenzaron a tener conflictos. Abraham, el hombre de fe, con sabiduría y paz en el corazón, propuso una separación amigable:
«Que no haya disputa entre nosotros ni entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está todo el país delante de ti? Sepárate, pues, de mí: si tú vas a la izquierda, yo iré a la derecha; si tú vas a la derecha, yo iré a la izquierda» (Génesis 13,8-9, Biblia de Jerusalén).
Mira la promesa de Dios:
«Yavé dijo a Abram, después que Lot se separó de él: ‘Alza los ojos y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, hacia el oriente y el occidente. Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre'» (Génesis 13,14-15, Biblia de Jerusalén).
Lot, al contrario, eligió el valle fértil, la región cercana a Sodoma. A sus ojos, era la mejor tierra. Una decisión aparentemente lógica, estratégica, pero basada solo en criterios materiales. Abraham, en cambio, dejó en manos de Dios su destino. Y fue precisamente él quien terminó bendecido, no solo en bienes, sino en la paz interior que lo acompañó hasta el final de sus días.
Lot, por otro lado, terminó perdiéndolo todo. Su hogar, su esposa, la moral de sus hijas, e incluso la serenidad de su alma. Porque una elección basada exclusivamente en la ventaja inmediata, sin una visión trascendente, puede tener consecuencias devastadoras.
Al final, mira la realidad del entorno donde Lot escogió vivir:
«Los hombres de Sodoma eran perversos y pecaban gravemente contra Yavé» (Génesis 13,13, Biblia de Jerusalén).
En ese ambiente, tanto su matrimonio como sus hijas, sin una base para una relación con Dios firme, se contaminaron. Eso fue motivo de tristeza para Lot… pero fue su decisión lo que trajo estas consecuencias.
Esto me hace pensar en muchos padres que, deseando lo mejor para sus hijos, los envían a universidades por su prestigio, sin examinar los valores que allí se imparten. Se preocupan por la escalera corporativa, el estatus, el éxito profesional… pero no evalúan el entorno espiritual o moral donde su familia se está formando. Así como Lot, toman decisiones mirando sólo el beneficio aparente.
Y así es también con nuestras propias decisiones cotidianas. ¿Cuántas veces sacrificamos la salud, el descanso, la paz familiar por mantener un estilo de vida que no podemos sostener? ¿Cuántas veces gastamos más de lo que tenemos solo para encajar, para aparentar, para alcanzar una meta impuesta por la sociedad?
Este estilo de vida puede llevarnos a cargar con tarjetas de crédito llenas, a jornadas extenuantes, a la frustración constante. Y cuando miramos atrás, nos damos cuenta de que hemos perdido lo más valioso: la paz, la fe, la familia, y en muchos casos, nuestra propia identidad.
Volviendo a Abraham, él priorizó la comunión con Dios. Eligió la paz, aunque ello significara tomar el camino menos atractivo a los ojos del mundo. Y sin embargo, fue precisamente él quien terminó riquísimo en ganado, en familia, en respeto y en propósito.
Y aquí viene otro punto: cuando Lot cayó, fue Abraham quien tuvo que rescatarlo. Qué fuerte es pensar que aquellos que eligen el camino de la fe, de la integridad, de la trascendencia, a menudo terminan siendo quienes socorren a los que decidieron mal. Porque la compasión no abandona al que ama. Abraham no guardó rencor. Simplemente fue. Salvó a su sobrino. Y regresó.
Conclusión
Querido lector, mi invitación no es que me imites a mí. No soy ejemplo. Pero te invito a mirar las Escrituras. A mirar a Abraham. A examinar tus prioridades.
¿En qué estás basando tus decisiones?
- ¿En la paz, en la fe, en lo eterno?
- ¿O en lo inmediato, en lo visible, en lo atractivo, aunque efímero?
Tu estilo de vida, tus decisiones laborales, cómo eliges gastar tu tiempo y tu dinero… todo eso habla de tu escala de valores. Y no solo te afecta a ti: afectará también a tu familia, a tu legado, a tu alma.
Si eliges como Abraham, puede que al principio te parezca que perdiste algo. Pero si priorizas a Dios, la paz y los valores verdaderos, a la larga terminarás ganando lo más importante: un corazón que puede partir en paz cuando llegue su hora.
Y eso, amigo, no tiene precio.
Referencias
Biblia de Jerusalén. (1998). Biblia de Jerusalén (4.ª ed.). Desclée de Brouwer.