El Rigorismo Tradicionalista y su Paralelismo con el Jansenismo

El Rigorismo Tradicionalista y su Paralelismo con el Jansenismo

En mi post anterior, abordé el jansenismo en relación con el culto al Sagrado Corazón de Jesús: El Sagrado Corazón de Jesús: La respuesta de la Iglesia al jansenismo. Ahora, deseo presentar un ejemplo contemporáneo de cómo esta doctrina sigue influyendo en algunos sectores del catolicismo.

Hoy, en el siglo XXI, encontramos un fenómeno similar dentro de ciertos grupos tradicionalistas. Aunque la Tradición es un pilar esencial de la fe, hay quienes la utilizan como instrumento de juicio y separación, adoptando actitudes reminiscentes del jansenismo.

El Jansenismo: Una Fe Rigorista y Excluyente

El jansenismo surgió con Cornelio Jansen, quien enfatizó la corrupción de la naturaleza humana tras el pecado original y la necesidad de una gracia irresistible para la salvación. Su visión extrema condujo a una teología del miedo: pocos serían salvos, la Eucaristía debía recibirse solo por los «más puros», y la mayoría de los fieles vivía en pecado.

Este rigorismo generó desconfianza en la misericordia de Dios y desprecio por la autoridad de la Iglesia cuando esta intentó corregir sus errores. Aunque el jansenismo fue condenado por el Papa, su espíritu de intransigencia persiste como una advertencia histórica.

El Tradicionalismo Rigorista: Un Jansenismo Moderno

Hoy, algunos sectores tradicionalistas han adoptado posturas similares. Consideran que la crisis posconciliar justifica una desconfianza absoluta hacia el Magisterio actual, lo que los lleva a una desobediencia justificada en nombre de la «pureza de la fe». Se ven a sí mismos como los únicos guardianes legítimos de la Tradición, al igual que los jansenistas creían ser los únicos fieles a San Agustín.

Características del Tradicionalismo Rigorista

1. Una visión elitista de la salvación

Se sostiene que solo aquellos que siguen una interpretación estricta de la fe pueden salvarse, descalificando a los católicos que asisten a parroquias en comunión con Roma. Sin embargo, Cristo dijo: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9,13), recordándonos que la Iglesia es un hospital para los enfermos, no un club de perfectos.

2. Un rechazo a la misericordia

Se enfatiza la dureza de la ley y se critica la pastoral de la Iglesia actual, reflejando una falta de confianza en la acción del Espíritu Santo. San Agustín nos advierte: «Si no quieres errar, sigue la Iglesia» (Carta 118,5).

3. Desobediencia disfrazada de fidelidad

Se cuestiona al Papa y a los obispos legítimos, promoviendo una «Iglesia paralela», como hicieron los jansenistas al resistirse a las correcciones papales. No obstante, el Magisterio preconciliar ha insistido en la necesidad de obediencia:

  • Pío IX, Tuas Libenter (1863):

    «Es insuficiente limitar la obediencia a las definiciones expresas de los concilios ecuménicos o del Romano Pontífice. Debe extenderse a todo lo transmitido por el magisterio ordinario como doctrina común y constante de la Iglesia universal.»

  • León XIII, Sapientiae Christianae (1890):

    «En la obediencia a los Pastores de las almas y, en primer lugar, al Romano Pontífice, reside la sumisión de la inteligencia.»

  • Pío XII, Humani Generis (1950):

    «No puede ponerse en duda la doctrina propuesta por el Magisterio ordinario y universal como perteneciente a la fe o a la moral.»

4. Un culto exclusivo a la liturgia

La liturgia tradicional es un tesoro de la Iglesia, pero algunos la elevan a criterio único de ortodoxia, descalificando la liturgia reformada como si fuera inválida. Sin embargo, la liturgia no es un dogma inmutable, sino una disciplina que la Iglesia puede modificar según las necesidades pastorales.

El Papa Pío XII afirmó: «La disciplina de la Iglesia puede cambiarse, pero la fe no» (Mediator Dei, 58). El Concilio de Trento declaró que «la Iglesia tiene poder para disponer sobre los ritos sagrados» (Dz 1728). Además, el Código de Derecho Canónico confirma:

Canon 838: «La regulación de la sagrada liturgia depende únicamente de la autoridad de la Iglesia, la cual reside en el Romano Pontífice y en el Concilio Ecuménico.»

La historia demuestra que la liturgia ha sido modificada numerosas veces:

  • San Gregorio Magno (siglo VI): Introdujo el canto gregoriano y reformó la liturgia romana.
  • San Pío V (1570): Codificó el Misal Romano tras el Concilio de Trento.
  • Pío XII (1955): Reformó la Semana Santa y el ayuno eucarístico.
  • Juan XXIII (1962): Introdujo cambios en el Misal Tridentino.
  • Pablo VI (1969): Promulgó el Novus Ordo Missae.

5. Diferencia entre dogma y disciplina

Es crucial distinguir entre ambos conceptos:

  • Dogma: La confesión de los pecados y la absolución sacerdotal son necesarias para el perdón de los pecados graves (Conc. de Trento, 1551). Esto es inmutable.
  • Disciplina: La manera de administrar la confesión (pública o privada) ha variado según las circunstancias pastorales.

Del mismo modo, la forma de recibir la Eucaristía ha cambiado a lo largo de la historia: en la mano y de pie en los primeros siglos, luego de rodillas y en la boca, y hoy ambas formas coexisten.

¿Cuál es el camino correcto?

La Tradición, en la teología católica, no es simplemente la conservación de formas externas, sino la transmisión viva del depósito de la fe. Como explica Dei Verbum (8):

«La Tradición que viene de los Apóstoles progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: crece la percepción de las cosas y palabras transmitidas.»

Benedicto XVI insistió en que la Tradición no es un «conjunto de cosas, palabras o costumbres», sino el «río vivo» que conecta a la Iglesia de hoy con Cristo (Discurso a la Comisión Teológica Internacional, 2006).

La Tradición no es un museo ni una ideología estática. Veamos más citas del Magisterio preconciliar:

San Vicente de Lerins nos enseña que en la Iglesia debe haber «progreso, pero no cambio»:

«El dogma cristiano sigue estas leyes: progresa, se consolida con los años, se amplía con el tiempo, se refina con la edad, pero sin perder su identidad.» (Commonitorium, 23).

León XIII, Testem Benevolentiae (1899):

«La Iglesia, por institución divina, es un organismo vivo que se desarrolla y adapta a las condiciones del tiempo, sin que por ello su doctrina sufra alteración alguna.»

Pío XII, Humani Generis (1950):

«El depósito de la fe no es un conjunto muerto de verdades, sino que crece en su comprensión e interpretación bajo la guía del Magisterio.»

Tradición no es algo inmutable en el sentido de fosilización, sino que crece orgánicamente dentro de la autoridad de la Iglesia. Ante abusos e excesos que podamos ver,recomiendo mi post Reforma Y Avivamiento.

Cito lo que coloqué al final:

Muchos hoy creen que la solución es abandonar la Iglesia, desilusionados por los errores y escándalos. Pero la historia nos muestra que los grandes santos no huyeron, sino que reformaron desde dentro.

“No te vayas de la Iglesia porque haya pecadores, quédate para que haya más santos.” – San Juan Crisóstomo

La respuesta no es la huida, sino la santidad. Solamente los santos reformarán la Iglesia.