Del Gueto A La Iglesia Universal

Del Gueto A La Iglesia Universal

un camino de redescubrimiento

Mi experiencia dentro de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX) fue un viaje de fe que, aunque comenzó con la búsqueda de autenticidad, terminó revelándome las contradicciones de un sistema cerrado que se aislaba del corazón mismo de la Iglesia. Cuando ingresé, lo hice con la convicción de que allí encontraría la verdadera tradición, el refugio de la fe católica frente a las supuestas desviaciones del Concilio Vaticano II. Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que no estaba en un remanente fiel, sino en un gueto eclesiástico, donde la rigidez y el rechazo al Magisterio actual sofocaban la comunión con la Iglesia universal.

El aislamiento y la mentalidad de gueto

Lo primero que noté fue que la Fraternidad funcionaba como una sociedad cerrada, donde la Iglesia postconciliar era vista con sospecha. La Misa Novus Ordo no era simplemente una forma distinta de celebrar la Eucaristía, sino algo «cuestionado», «dudoso» e incluso «peligroso». Se hablaba con desconfianza de las ordenaciones episcopales y sacerdotales dentro de la Iglesia oficial, como si fueran inválidas o sospechosas.

Lo que más me inquietó fue la actitud de superioridad moral. En la práctica, dentro de la comunidad se vivía una sensación de pureza exclusiva, como si solo quienes estábamos allí éramos los verdaderos católicos, los que no nos habíamos contaminado con «errores modernos». Se trataba de un refugio donde todo lo ajeno era impuro y peligroso. No había un espíritu de misión ni de apertura, sino de aislamiento y desconfianza.

El laico dentro de la Fraternidad tenía un rol limitado: sostener económicamente la obra, pero sin participar activamente en la enseñanza y formación. Aunque yo tenía capacidades y deseo de compartir la fe, el sistema me relegaba a un papel pasivo. Esto generó en mí una profunda frustración. Me di cuenta de que, en lugar de estar creciendo en la fe y en la comunión con la Iglesia, estaba dentro de un grupo que se mantenía en una burbuja doctrinal y litúrgica, cerrándose a la acción del Espíritu Santo en la historia.

Cuestionar al Papa: una señal alarmante

Un aspecto que me resultó particularmente inquietante fue la ambigüedad con respecto al Papa. En la Misa, en la plegaria eucarística, se rezaba por el Papa, lo cual podría dar la impresión de una comunión formal con la Iglesia universal. Sin embargo, en la vida cotidiana, muchos fieles, y algunos sacerdotes, dudaban abiertamente de la legitimidad del Papa Francisco. Había debates constantes sobre si el papado estaba usurpado, si desde Pío XII no había habido verdaderos papas o si la sede estaba vacante. Esto me pareció sumamente perturbador, porque ponía en tela de juicio la promesa de Cristo de que «las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18).

El mayor cuestionamiento, sin embargo, vino cuando reflexioné sobre la autoridad de la Iglesia. ¿Quiénes somos nosotros para decidir quién es Papa y quién no? Si la Iglesia ha tenido crisis en el pasado y ha sobrevivido, ¿por qué esta sería diferente? Cristo prometió que la Iglesia no desaparecería, pero dentro de la FSSPX algunos hablaban como si toda la estructura eclesial oficial ya estuviera perdida y solo un pequeño grupo fuera el verdadero remanente fiel.

Un ambiente de control y desconfianza

Otra de las cosas que más me molestó fue la existencia de una especie de comité de la moral dentro de la comunidad. Algunas personas se dedicaban a murmurar, criticar y juzgar la vida de los demás, estableciendo un clima de sospecha y desconfianza. La comunidad no se sentía como una familia espiritual unida por la caridad, sino como un entorno donde todos vigilaban a todos.

El sacerdote, en lugar de actuar como un guía espiritual con autoridad serena, parecía siempre estar a la defensiva, temeroso de que alguien hablara en su contra. Aquellos que cuestionaban algún aspecto de la comunidad eran rápidamente señalados como disidentes y en algunos casos hasta perseguidos. No se fomentaba el diálogo ni la maduración en la fe, sino la obediencia ciega y el miedo a ser considerado «demasiado moderno» o «contaminado por el mundo».

Redescubrir la Iglesia universal

Al salir de la Fraternidad, experimenté una mezcla de liberación y temor. Me preocupaba haberme equivocado por tanto tiempo, pero también sentí la paz de volver a la Iglesia universal, la que está en comunión con el Papa y los obispos legítimos. Redescubrí la riqueza de la fe católica, no como una isla aislada en la historia, sino como un organismo vivo que, a pesar de los desafíos, sigue guiado por el Espíritu Santo.

Comprendí que la tradición no es un museo de ideas fijas, sino la transmisión viva de la fe. Que la Misa, celebrada con dignidad en cualquier rito aprobado por la Iglesia, sigue siendo el sacrificio de Cristo. Que la autoridad de la Iglesia no es algo que los fieles puedan «elegir aceptar» según sus criterios personales, sino una realidad dada por Cristo a Pedro y sus sucesores.

Hoy miro atrás y veo que, aunque la experiencia en la FSSPX tuvo cosas buenas, también me mostró los peligros de una mentalidad sectaria y aislacionista. Ahora sé que la verdadera fidelidad a la Iglesia no está en refugiarse en un gueto de supuesta pureza, sino en vivir la fe en comunión con toda la Iglesia, bajo la guía legítima del Papa y el Magisterio.

Salir del gueto me devolvió la paz y me permitió reencontrarme con la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica.