Cuando la caridad se convierte en silencio: el abuso encubierto en ambientes religiosos

Cuando la caridad se convierte en silencio: el abuso encubierto en ambientes religiosos

Cuando la caridad se convierte en silencio: el abuso encubierto en ambientes religiosos

En algunos espacios donde supuestamente debería respirarse el Evangelio —instituciones eclesiales, académicas o formativas— se dan situaciones profundamente dolorosas y contradictorias. Una de las más desgastantes es cuando una figura de autoridad actúa de manera inadecuada o injusta, y a su alrededor se forma un grupo adulador que la protege, silencia o minimiza las denuncias. Y quien se atreve a decir la verdad es acusado de «falta de caridad», «juicio moral» o «dureza de corazón».

Esta forma de acoso, aunque a menudo es sutil, erosiona el alma del que la sufre. Se lo aísla, se lo desautoriza, se le exige comprensión ilimitada para con el poderoso, mientras a él no se le permite expresar el dolor, ni pedir justicia, ni ser escuchado sin ser tildado de problemático.

El falso discurso piadoso que encubre el abuso

Cuando el lenguaje cristiano es manipulado para proteger el poder y silenciar al débil, ya no es Evangelio. Decir:

“Hay que entenderla, está bajo mucha presión”

cuando la autoridad ha sido injusta, y luego decir:

“No juzgues, eso es falta de caridad”

al que ha sido herido, es un doble rasero moral.

Como enseña San Juan Pablo II:

“La justicia va unida a la misericordia; no se trata de una justicia sin misericordia, ni de una misericordia sin justicia”.
(Dives in Misericordia, 1980, n.12)

Y la Escritura es clara al respecto:

“¡Ay de los que absuelven al culpable por soborno y niegan la justicia al justo!”
(Isaías 5,23)

“No pervertirás el derecho, no harás acepción de personas, ni tomarás soborno… porque el soborno ciega los ojos de los sabios y tuerce las palabras del justo.”
(Deuteronomio 16,19)

“Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo a solas.”
(Mateo 18,15)

Esto no es juicio moral: es responsabilidad fraterna.

La herida invisible del que denuncia

Quien ha sido víctima de este tipo de dinámicas muchas veces se siente más herido por el encubrimiento y la cobardía de los aduladores que por el agravio original. El dolor no es solo por lo que pasó, sino porque nadie quiso ver, nadie quiso decir nada, y encima se exigió silencio al herido.

Y a menudo, quien denuncia acaba yéndose. Y lo hace no por orgullo ni rebeldía, sino para preservar su salud emocional, su fe y su dignidad interior.

Como dice el Papa Francisco:

“No se puede tolerar que en las instituciones eclesiales haya formas de encubrimiento, clericalismo o silencio cómplice. El que ha sido herido tiene derecho a encontrar justicia y verdad.”
(Carta al Pueblo de Dios, 20 de agosto de 2018)

¿Qué hacer si te pasa esto?

Si estás atravesando una situación parecida:

  • No estás exagerando. Tu percepción es válida.
  • No estás solo/a. Muchos han vivido esta dinámica y la han superado con claridad y amor propio.
  • Tienes derecho a hablar, a pedir justicia, a nombrar lo que duele.
  • Tienes derecho a irte, si el ambiente ya no es sano para ti.
  • Y, sobre todo, tienes derecho a seguir creyendo en el Evangelio real, no en el que algunos manipulan para proteger sus propios intereses.

Una palabra de esperanza

Dios no está del lado de los aduladores ni de los abusadores encubiertos por sistemas eclesiales. Dios está del lado del justo que clama, del que fue herido, del que ama la verdad aunque le cueste quedarse solo.

“El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido.”
(Salmo 34,18)

Sigue caminando, sin amargura. No estás solo. Tu sed de verdad es también la sed de Dios.