Un llamado al descanso misericordioso de Dios
Por Jorge Ayona
Hay días en que el cuerpo se agota… y eso es comprensible.
Un largo día de trabajo, una noche en vela, una carga emocional inesperada — el cansancio físico tiene nombre, forma y razón.
Pero hay otro cansancio, más sutil, más profundo: el cansancio del alma.
No es solo estrés. No es solo insomnio.
Es algo que pesa desde dentro:
la tristeza no dicha,
las luchas internas que nadie ve,
las heridas que no sanan del todo,
los hábitos que nos atan sin que queramos,
y esas voces — tantas veces ajenas, pero también propias — que nos repiten: “No eres suficiente”.
Este cansancio no se cura con una siesta, ni con vacaciones, ni con un cambio de rutina.
Este cansancio toca el centro mismo de nuestra vida espiritual.
Y cuando el alma se cansa, lo que necesitamos no es más esfuerzo, sino más gracia.
Santa Teresa y la honestidad del cansancio
Santa Teresa de Ávila, maestra de oración y doctora de la Iglesia, no vivió en un mundo de devociones idealizadas. Ella conocía el peso del alma.
Con una sinceridad que hoy nos conmueve, escribió:
“Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía.”
Qué revelador.
Una mujer de profunda unión con Dios, una mística, una reformadora…
y sin embargo, reconoce que su alma estaba cansada.
No por falta de fe, sino por el peso de la lucha constante.
No por pecado grave, sino por la fatiga de ser humana.
Y en medio de ese agotamiento, ¿qué nos deja?
Una oración que suena como un susurro de Dios al corazón fatigado:
“Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta: solo Dios basta.”
Este no es un consuelo superficial.
Es una verdad teológica arraigada en la inmutabilidad de Dios.
Aunque todo cambie, Él no cambia.
Aunque todo falle, Él sostiene.
Aunque el alma se canse, Él no se cansa de sostenernos.
Elías: cuando el profeta huye y Dios le da pan
Pero no solo Teresa conoció este cansancio.
La Escritura está llena de almas agotadas.
Piensa en Elías.
Después del monte Carmelo, donde con valentía enfrentó a los profetas de Baal y el fuego de Dios descendió del cielo, ¿qué hace el gran profeta?
Huye.
Se acuesta bajo un enebro y dice: “Bástate, Señor; quítame la vida” (1 Reyes 19:4).
¿Cómo puede un hombre tan valiente, tan usado por Dios, llegar a este punto?
Porque había estado solo.
Porque había cargado años de soledad espiritual.
Porque, tras el milagro, llegó la amenaza de Jezabel… y el miedo, la ansiedad, el agotamiento.
Y Dios… ¿qué hace?
¿Lo reprende?
¿Le dice: “¡Levántate, hombre de fe!”?
No.
Primero lo alimenta.
Envía un ángel que le trae pan y agua.
Y lo deja dormir.
Dos veces.
Solo después de que Elías ha comido, descansado y recuperado fuerzas, Dios le habla.
No en el terremoto, ni en el fuego, sino en “un susurro apacible” (1 Reyes 19:12).
Este detalle es profundamente pastoral:
Dios no exige fuerza cuando no hay fuerzas.
Él restaura antes de enviar.
Alimenta antes de hablar.
Descansa antes de dirigir.
¿Dónde está Dios cuando el alma se queja?
A veces, en la vida de fe, se nos enseña que el sufrimiento debe ser silenciado, que la duda es debilidad, que el llanto es falta de confianza.
Pero la Biblia no nos muestra a santos impasibles, sino a personas que gritan, lloran, se quejan… y son amados por Dios.
Job, rodeado de amigos que lo juzgan, clama en medio del dolor.
Y al final, Dios no reprende a Job por su dolor.
Reprende a sus amigos por su religión fría, legalista, sin compasión:
“Contra vosotros estoy airado… porque no hablasteis de mí con verdad, como mi siervo Job” (Job 42:7).
Jesús mismo, en Getsemaní, dice:
“Mi alma está triste hasta la muerte” (Marcos 14:34).
Y sus discípulos… se quedan dormidos.
¿Culpa? No.
Cansancio.
Carne débil.
Como dijo Él mismo: “El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Marcos 14:38).
Y en ese momento, Jesús no los condena.
Les pide oración, sí.
Pero también les muestra su propia vulnerabilidad.
Les pide compañía.
Les dice: “Quedaos aquí y velad conmigo”.
Porque a veces, lo que más necesitamos no es una predicación,
sino un corazón que sufra con nosotros.
Un amigo que se quede despierto aunque no diga nada.
Una presencia que diga: “Aquí estoy”.
Un llamado pastoral: acompañar en el cansancio
Hoy, como pastores, como hermanos, como comunidad de fe, necesitamos recuperar esta dimensión misericordiosa del evangelio.
No todos los que tropiezan necesitan una corrección.
Muchos necesitan un abrazo.
No todos los que dudan necesitan una lección.
Muchos necesitan un silencio compartido.
Porque el alma se cansa.
De los rechazos.
De la contradicción.
De ver cobardía donde debería haber valentía.
De cargar cruzes que otros no ven.
Y eso no es falta de fe.
Eso es ser humano.
Y Dios, en Jesucristo, se hizo humano para compartir nuestro cansancio.
Conclusión: Solo Dios basta… y Él nunca se cansa
Si hoy tu alma está cansada,
no te juzgues.
No pienses que has fallado.
Estás en buena compañía: con Teresa, con Elías, con Job, con los discípulos, con Jesús.
Lo que necesitas no es más esfuerzo,
sino más gracia.
No más autocontrol,
sino más abandono en las manos de un Dios que no se muda.
Lleva tu tristeza a Él.
Haz oración, como dice Santiago:
“¿Está alguno afligido? Ore” (Santiago 5:13).
Pero también permite que tu oración sea un gemido, un silencio, un llanto.
Porque Dios no está del lado de los que tienen todas las respuestas.
Está del lado de los que lloran.
De los que duelen.
De los que caen.
De los que gritan: “¿Por qué, Señor?”
Y en esos momentos, Él no te dice: “Levántate”.
Te dice: “Descansa”.
Te alimenta.
Te sostiene.
Te habla en el susurro.
Y cuando puedas dar un paso más…
Será porque Él te sostuvo cuando ya no podías.
“Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta: solo Dios basta.”
Este no es un eslogan.
Es una promesa.
Y es para ti, hoy, en tu cansancio.
Reflexiona
¿Has sentido alguna vez que tu alma está cansada?
¿Has encontrado consuelo en el descanso más que en la corrección?
Déjanos tu experiencia en los comentarios.
A veces, compartir el cansancio es el primer paso hacia el alivio.
“No estás solo. Dios te ve. Y te dice: descansa en mí.”
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