Carta a quienes sienten un llamado… pero no dentro del clero

Carta a quienes sienten un llamado… pero no dentro del clero

“Nosotros mismos trabajamos con nuestras manos para no ser carga a ninguno de vosotros, no porque no tengamos derecho, sino para daros ejemplo.” — 2 Tesalonicenses 3,8-9

Querido hermano, querida hermana en búsqueda,

Hay algo en ti que arde. Un deseo de servir a Dios con todo tu ser. Un hambre de verdad, de coherencia, de integridad. Quizás pensaste alguna vez en ser sacerdote, monja, fraile o consagrado. Quizás te atrajo la belleza de la vida religiosa, sus cantos, su mística, su entrega. Pero algo dentro de ti —profundo y honesto— te hizo detenerte.

No por cobardía. No por comodidad. Sino por lealtad a la verdad que arde en tu conciencia.

Cuando el silencio pesa más que la obediencia

La vida religiosa es hermosa y válida. Pero hay quienes descubren que, dentro de ciertas estructuras, hablar con libertad cuesta demasiado. Que muchas veces se espera obediencia aunque la conciencia se revuelva. Que criticar lo que está mal puede significar perder el sustento, el lugar, el rol, la seguridad.

Y eso —para algunos— es el precio de callar. Pero para otros, es simplemente un camino que no pueden recorrer.

El testimonio de San Pablo: trabajar para ser libre

San Pablo lo entendió. Él sabía que tenía derecho a vivir del Evangelio (cf. 1 Cor 9,14), pero eligió otra cosa:

“Ni oro, ni plata, ni ropa de nadie he codiciado.” (Hechos 20,33)

Pablo trabajaba con sus manos para no estar atado a nadie. Porque su misión profética requería libertad. Y eso también es vocación.

No todos están llamados al claustro

Tú puedes servir a Dios desde el pensamiento, el trabajo, la ciencia, la escritura, la filosofía, la docencia, la crítica honesta.

Tú puedes vivir una vida consagrada sin votos, sin hábito, sin obediencias que te impidan hablar.

Tú puedes ser un testigo en el mundo, un laico que no se somete al miedo de perder el apoyo económico si alza la voz.

Y eso no es menos vocación: puede ser incluso más necesaria.

Tu pan, tu libertad, tu voz

Cuando trabajas, cuando comes del fruto de tu esfuerzo, estás viviendo una de las formas más altas de libertad espiritual. Porque entonces nadie puede comprarte con favores, ni chantajearte con beneficios, ni domesticarte con estructura.

Tu pan —como el de San Pablo— te da derecho a hablar, a exhortar, a denunciar si es necesario. A decir la verdad aunque incomode.

Conclusión: no huyes del llamado. Lo estás obedeciendo.

Si sientes que no puedes entrar en una congregación porque eso te obligaría a callar, a someterte, a perder tu voz… no estás huyendo. Estás escuchando otro tipo de llamado.

Uno que te pide libertad. Que te exige pensamiento. Que te lanza al mundo con las manos vacías pero el corazón encendido.

“Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo.” — 2 Timoteo 4,2

Si ese es tu camino, no temas. No estás solo. Hay otros como tú. Y sobre todo, Cristo mismo caminó sin templo, sin cargo, sin estructura… pero con verdad.

Y si lo sigues así, también lo estás siguiendo.

Jorge L. Ayona Inglis
Reflexión escrita para quienes quieren servir a Dios sin perder su conciencia ni su voz