Parte de mis costumbres en Cuaresma es ver películas con temas bíblicos. Esto no solo me ayuda a meditar sobre la fe, sino que también me recuerda a mi niñez, a mi abuela y a otras figuras que influyeron grandemente en mi camino espiritual. Una de esas películas es En el principio (1966), una obra que retrata los relatos del Génesis con gran fidelidad y profundidad. En ella vi el episodio de la Torre de Babel, lo que me llevó a reflexionar sobre su significado y cómo se relaciona con los intentos actuales de imponer una uniformidad cultural y política en el mundo.
La Torre de Babel y la Ideología Globalista
Desde tiempos antiguos, la humanidad ha oscilado entre dos fuerzas: la búsqueda de unidad y el respeto por la diversidad. La historia de la Torre de Babel en Génesis 11 es una advertencia sobre los peligros de una unidad impuesta artificialmente. En ella, los hombres, con un solo idioma y un solo propósito, intentaron construir una torre que llegara al cielo, desafiando el mandato divino de dispersarse y poblar la tierra. Dios frustró su plan confundiendo sus lenguas y dispersándolos, evitando así la consolidación de un poder absoluto.
Hoy, podemos ver un paralelo inquietante con los intentos modernos de uniformizar la cultura, el pensamiento y la identidad de las naciones bajo estructuras globalistas como las Naciones Unidas y organismos asociados. A través de tratados, políticas internacionales y narrativas ideológicas, se está forzando una homogeneización que busca borrar las diferencias nacionales, culturales y religiosas en favor de un mundo «sin fronteras», donde todo deba regirse por un mismo criterio.
Uno de los actores más activos en este proceso ha sido la Open Society Foundation, dirigida por George Soros. A través de financiamiento masivo a ONGs y movimientos sociales, esta organización ha promovido el debilitamiento de las fronteras nacionales, la normalización de políticas migratorias masivas y la erosión de los valores tradicionales de muchas sociedades. No se trata solo de ayuda humanitaria, sino de un esfuerzo calculado por transformar las naciones desde dentro, diluyendo sus raíces culturales y religiosas en favor de un globalismo sin identidad.
Un ejemplo claro de esto es la crisis migratoria en Europa, donde, bajo el pretexto de la solidaridad, se ha facilitado una inmigración descontrolada que está alterando radicalmente la composición demográfica y cultural de países con una historia e identidad profundamente arraigadas. En lugar de una integración respetuosa y gradual, se está promoviendo un choque cultural que, lejos de enriquecer, está generando conflictos y debilitando la cohesión social.
El Cuerpo de Cristo: Unidad sin Uniformidad
Frente a la imposición de Babel, encontramos en el cristianismo una visión diferente de la unidad. Mientras que Babel es una unidad forzada y opresiva, el Cuerpo de Cristo es una unidad en la diversidad. San Pablo nos dice en 1 Corintios 12:12-27 que el cuerpo tiene muchos miembros, cada uno con su función, pero todos bajo una sola Cabeza, que es Cristo.
Esta analogía es fundamental para entender el verdadero sentido de la evangelización. La misión de la Iglesia no es imponer una cultura cristiana única ni fusionar todas las naciones en un molde homogéneo, sino llevar el Evangelio a cada pueblo para que lo transforme desde dentro, impregnando su cultura sin destruirla.
Jesús ordenó en Mateo 28:19-20:
“Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.”
Este mandato no significa borrar las diferencias culturales, sino santificarlas. El cristianismo no busca suplantar las identidades nacionales ni absolutizar un modelo político o cultural específico, sino elevar cada cultura, purificando lo que se opone a la verdad de Cristo y fortaleciendo lo que es bueno en ellas.
A lo largo de la historia, la Iglesia ha enfrentado el desafío de respetar las culturas sin imponer la suya propia. Aunque en algunos casos esto no se logró completamente, en general, la Iglesia ha buscado integrarse con las culturas locales, permitiendo que el Evangelio se encarne en cada pueblo. Un signo de esta apertura es la existencia de varios ritos dentro de la Iglesia Católica, donde la diversidad se mantiene en plena comunión con Pedro, la roca sobre la cual Cristo edificó su Iglesia.
Pentecostés y la Unidad en el Espíritu Santo
La diferencia fundamental entre Babel y la unidad cristiana está en su origen. Nimrod, el líder detrás de la Torre de Babel, buscó una unidad impuesta por la fuerza, basada en la autosuficiencia del hombre. En contraste, en Pentecostés, María y los apóstoles se sometieron a Dios, y fue el Espíritu Santo quien impartió la unidad, no solo entre los discípulos, sino también entre quienes escucharon el mensaje en sus propias lenguas (Hechos 2:6-8).
El milagro de Pentecostés muestra que la verdadera unidad no proviene de decretos humanos, sino de la acción de Dios. Fue el Espíritu Santo quien unió a los primeros cristianos en un solo cuerpo, sin borrar las diferencias culturales. De hecho, se nos dice que muchos se convirtieron, se bautizaron y se unieron a la Iglesia en ese momento.
Esta es una lección fundamental para nosotros hoy. La unidad forzada, como la que buscan los globalistas, no puede sostenerse porque ignora la realidad de la diversidad creada por Dios. Solo el Espíritu Santo puede lograr una verdadera comunión que respete las diferencias legítimas mientras mantiene la unidad en la verdad.
La Iglesia y la Lengua Vernácula en la Liturgia
El evento de Pentecostés también es un argumento importante a favor del uso de la lengua vernácula en la liturgia. Dios no impuso una única lengua sagrada en la evangelización, sino que permitió que cada persona comprendiera su mensaje en su propio idioma.
El Concilio Vaticano II, en la constitución Sacrosanctum Concilium, reconoció esta realidad al permitir el uso de la lengua vernácula en la Misa y otras celebraciones litúrgicas. Sin embargo, también afirmó que el latín debía conservarse en los ritos latinos (SC 36, 54, 116), especialmente en el canto gregoriano. La intención del Concilio no era abolir el latín, sino hacer la liturgia más accesible a los fieles sin perder la tradición.
Conclusión
La historia nos enseña que cada vez que se intenta imponer una civilización universal basada en la uniformidad, surgen fuerzas que restauran la diversidad natural de los pueblos. Así como Dios dispersó a la humanidad en Babel para evitar una tiranía absoluta, hoy vemos una resistencia creciente contra la disolución de las naciones y la imposición de un modelo único de pensamiento.
Pero la verdadera unidad no viene de la imposición, sino de la comunión en la verdad. Así como el bautismo nos une en Cristo sin borrar nuestras diferencias, las naciones pueden cooperar sin perder su identidad. Frente al nuevo Babel de la globalización forzada, la respuesta no es someterse, sino reafirmar la identidad, la historia y la cultura que hacen a cada nación única.
Como cristianos, dependemos del Espíritu Santo para lograr una unidad auténtica. No es una unidad forjada por el hombre, sino una obra de Dios. Solo cuando nos sometemos a Él, como los apóstoles en Pentecostés, podemos experimentar la verdadera comunión que respeta la diversidad sin caer en la imposición artificial de Babel.