ancianidad Y Acogida

ancianidad Y Acogida

“No me abandones cuando me falten las fuerzas”

Una mirada cristiana contra la discriminación hacia los ancianos

Un día, mientras acompañaba a un familiar a una consulta médica en el hospital, escuché una frase que me impactó profundamente. El médico, con tono técnico, comentó: “Ya es paciente anciano, tiene más de 60 años”. Me detuve. ¿Anciano? ¿A los 60? Nunca lo había pensado así. Esa palabra, pronunciada sin mala intención, tenía un peso enorme. Me pareció que, de pronto, a partir de cierta edad, las personas comenzaban a ser tratadas como si hubieran dejado de pertenecer plenamente a la sociedad activa, como si el valor de su vida se redujera. Esta experiencia fue la chispa que encendió en mí la reflexión que ahora comparto.

La vejez en la Sagrada Escritura: Sabiduría, memoria y bendición

Lejos de lo que la sociedad moderna transmite, la Biblia no ve la vejez como una carga, sino como una etapa de plenitud y sabiduría. El Salmo 71, atribuido a un anciano creyente, dice con profunda ternura:

“No me rechaces ahora que soy viejo, no me abandones cuando me falten las fuerzas” (Sal 71,9).

Y más adelante, este mismo salmo expresa:

“Aun en la vejez y en las canas, oh Dios, no me abandones, hasta que anuncie tu poder a la generación venidera” (v.18).

Esta frase revela una verdad olvidada: los ancianos tienen todavía una misión.

En toda la Biblia encontramos figuras ancianas que son protagonistas: Abraham, que recibe la promesa siendo viejo; Moisés, que guía al pueblo en su vejez; Simeón y Ana, quienes reconocen al Mesías en el Templo y lo proclaman. La Escritura no pone un límite de edad a la misión; más bien, nos invita a ver la vida como una totalidad en la que cada etapa tiene su gracia y su llamado.

El Papa Francisco y la cultura del descarte

El Papa Francisco ha sido una de las voces más claras y valientes en denunciar la forma en que el mundo moderno trata a los ancianos. Él ha dicho que vivimos en una “cultura del descarte”, donde lo que no produce, no sirve. En su mensaje para la Primera Jornada Mundial de los Abuelos y Mayores (2021), expresó:

“No podemos hablar de la familia sin hablar de la importancia de los ancianos entre nosotros. No podemos hablar de la familia sin hablar de esta generación que es la savia de nuestra historia.”

El anciano, lejos de ser un estorbo, es un puente entre generaciones. Sin embargo, muchos son dejados solos, en asilos, en casas donde apenas se los escucha, sin más compañía que la televisión. Esta soledad forzada es una forma cruel de pobreza. Y aún más duro es cuando se promueve la eutanasia o el descarte sanitario por razones de edad, como se vio en algunos casos durante la pandemia.

Magisterio y dignidad: La enseñanza de la Iglesia

El Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2208 recuerda que es deber de la familia y de la sociedad cuidar de los ancianos. La vida humana tiene dignidad desde el inicio hasta el final natural. Esa dignidad no disminuye con las canas, ni con la fragilidad física, ni con la lentitud mental. Al contrario: la fragilidad del anciano nos recuerda lo esencial de la vida, nos humaniza.

En Evangelii Gaudium (n. 53), el Papa dice que:

“La exclusión es más que una forma de pobreza; es una forma de violencia social.”

Excluir al anciano es robarle su voz y, por tanto, romper el tejido de la comunidad.

¿Y nosotros? Reflexión sobre la propia identidad

Esta problemática no solo afecta a “los otros”: nos afecta a todos. Envejecer no es una excepción, es parte del camino humano. Por eso, la discriminación al anciano es también una negación de nuestro propio futuro. ¿Cómo queremos ser tratados cuando lleguemos a esa etapa? ¿Qué modelo estamos transmitiendo a los jóvenes sobre el valor de la vida?

Invito a cada lector a mirar con nuevos ojos a sus abuelos, a los ancianos de su comunidad, y a preguntarse:

  • ¿Qué papel les damos?
  • ¿Los escuchamos?
  • ¿Les damos un lugar en nuestras decisiones y celebraciones?

Propuesta: crear puentes entre generaciones

Frente a esta cultura del descarte, proponemos una cultura del encuentro. Que parroquias, colegios y comunidades generen espacios intergeneracionales donde jóvenes y mayores puedan encontrarse y dialogar. Que en lugar de asilos aislados, tengamos hogares donde se fomente la integración. Que en los medios, y también en redes sociales, podamos difundir mensajes que revaloricen la ancianidad.

Crear campañas visuales con frases bíblicas y palabras del Papa puede ser un recurso potente. Incluso memes bien pensados pueden llegar al corazón: una imagen de una abuela abrazando a su nieto con la frase “No me abandones cuando me falten las fuerzas” puede decir más que mil palabras.

Conclusión

La vejez no es un defecto, ni una enfermedad. Es una etapa de plenitud, de sabiduría y de bendición. En una sociedad que corre detrás de la juventud eterna, necesitamos redescubrir el valor de quienes han vivido, han amado, han sufrido y aún tienen mucho por enseñar.

Como cristianos, estamos llamados a ser signo de esperanza y acogida. Que Dios nos conceda la gracia de mirar a nuestros mayores con los ojos de Jesús, que nunca descartó a nadie, y que hoy nos dice:

“Lo que hicieron con uno de estos pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40).