El sufrimiento en clave de redención
En la carta a los Hebreos encontramos una afirmación profundamente misteriosa: “Cristo fue perfeccionado por medio del sufrimiento” (Heb 2,10). ¿Cómo puede el Hijo eterno de Dios, el Logos, necesitar ser perfeccionado? Esta pregunta, lejos de ser irreverente, nos abre la puerta a una comprensión más profunda del misterio de la Encarnación y del camino que Cristo ha trazado para nuestra salvación.
Sabemos que el Verbo eterno de Dios, por ser Dios, es perfecto desde siempre. Nada puede añadirse ni restarse a su divinidad. Sin embargo, en el misterio de la Encarnación, el Logos asumió una naturaleza humana real, completa, sin pecado, pero como la nuestra en todo lo demás. Y esta naturaleza humana —a diferencia de la divina— sí es perfectible. Jesús no fingió ser humano: verdaderamente nació, creció, aprendió, experimentó, y también padeció.
Es en esta humanidad asumida que Cristo fue «perfeccionado». No porque le faltara algo esencial como persona divina, sino porque llevó su humanidad hasta el cumplimiento total del plan del Padre. Esa perfección se alcanzó por medio del sufrimiento: la obediencia hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Flp 2,8). En la medida en que Jesús aceptó y abrazó el sufrimiento por amor, se hizo para nosotros el camino hacia la vida plena.
Este camino no fue un accidente, ni una derrota improvisada. Fue, desde el inicio, el camino querido por Dios. No por sadismo, sino porque el amor verdadero implica entrega, sacrificio, cruz. Cristo, al asumir nuestra carne, quiso redimir todo lo humano, incluso el sufrimiento. Él no vino a eliminar el dolor de este mundo, sino a llenarlo de sentido. A transformarlo desde dentro.
“El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Al mismo tiempo ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un nuevo orden: ha sido unido al amor, a aquel amor del cual habla Cristo a Nicodemo, al amor que crea el bien sacando incluso el bien del mal, al amor que redime.”
— Salvifici Doloris, 18
San Pablo, en su carta a los Filipenses, nos advierte con lágrimas en los ojos:
“Muchos se comportan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el vientre, y su gloria está en lo que deberían avergonzarse; sólo piensan en las cosas de la tierra” (Flp 3,18-19).
Esta advertencia tiene una fuerza particular en nuestros tiempos. Hoy, muchas personas —incluso algunas que dicen ser cristianas— rechazan el valor del sufrimiento.
Hay quienes predican un “evangelio” sin cruz, una fe basada exclusivamente en el bienestar, el éxito, la prosperidad material. Algunas comunidades incluso han construido su mensaje en torno al rechazo del sufrimiento. Una de ellas se presenta con el lema “Pare de sufrir”. Esta frase puede sonar esperanzadora, pero es profundamente contraria al mensaje del Evangelio cuando se convierte en un rechazo del sufrimiento como camino de redención.
El rechazo moderno del sufrimiento y las antiguas herejías cristológicas
Este rechazo del sufrimiento, que se manifiesta de forma tan explícita en nombres como el de la comunidad «Pare de sufrir», no es nuevo. Es, en el fondo, una manifestación moderna de antiguas herejías que negaban la verdadera humanidad de Cristo. El sufrimiento es una experiencia humana, y Cristo tuvo que asumirla verdaderamente para redimirnos. Negar esta dimensión es negar la encarnación, y como advertía San Juan en sus cartas, quien no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, se constituye en anticristo.
Una de las primeras herejías en esta línea fue el docetismo, que sostenía que Jesús solo «parecía» tener un cuerpo humano, pero que en realidad no lo tenía. Según esta doctrina, Cristo era puro espíritu y su humanidad era una ilusión. De este modo, el sufrimiento, la pasión y la muerte en la cruz no habrían sido reales. Esta visión niega el corazón de la fe cristiana: que el Verbo se hizo carne (Jn 1,14) y habitó entre nosotros, asumiendo verdaderamente nuestra condición, con todas sus consecuencias, excepto el pecado.
A esta herejía se suman otras formas de negar la humanidad de Cristo:
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El gnosticismo, que concebía al mundo material como algo malo y creía que el Cristo espiritual no podía haberse encarnado realmente. Para los gnósticos, el cuerpo era prisión del alma y, por tanto, indigno de Dios.
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El apolinarismo, que sostenía que Jesús tenía cuerpo humano, pero no alma racional, reemplazada por el Logos. Esto fue rechazado porque, como enseñó san Gregorio Nacianceno, “lo que no ha sido asumido no ha sido redimido”.
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El monofisismo, que afirmaba que en Cristo había una sola naturaleza (la divina), porque la humana había sido absorbida. Esto también reduce la realidad del sufrimiento humano de Cristo.
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El maniqueísmo, que proponía un dualismo radical entre el bien (espiritual) y el mal (material), negando que el Verbo pudiera haberse hecho carne.
Todas estas doctrinas tienen un punto en común: una dificultad —o una negativa— a aceptar que Dios haya querido hacerse plenamente hombre, con todo lo que ello implica, incluido el dolor, la fatiga, las lágrimas y la muerte. Pero la fe cristiana afirma con claridad que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, con dos naturalezas unidas en una sola persona. Y por eso su sufrimiento es real, y redentor.
San Juan es muy claro:
“Todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; este es el espíritu del anticristo” (1 Jn 4,3). Y también: “Muchos seductores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne; el tal es el seductor y el anticristo” (2 Jn 7).
Frente al confort espiritual moderno que busca una religión sin cruz, sin dolor, sin misterio redentor, el cristiano es llamado a abrazar su cruz como Cristo abrazó la suya. Negar esto es caer en el engaño de aquellos que, aún hoy, repiten los errores de las antiguas herejías, disfrazadas de bienestar o espiritualidad triunfalista.
“Cristo no responde directamente a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento, sino que dice sobre todo: ‘Sígueme’. Ven, con tu sufrimiento, participa con tu cruz en mi camino de redención.”
— Salvifici Doloris, 26
Negar esta dimensión es, en el fondo, negar la cruz. Y al hacerlo, se cae en un cristianismo superficial, cómodo, incapaz de salvar. Porque el Evangelio que no pasa por la cruz, no llega a la resurrección.
Jesús mismo nos lo advirtió: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23). No es una invitación opcional, sino la condición esencial del discipulado. Solo quien acepta su cruz y la lleva con Él puede experimentar la plenitud de la vida nueva que Él nos ofrece.
El sufrimiento es una realidad que todos experimentamos en distintas formas: enfermedad, pérdidas, traiciones, crisis personales, angustias. La fe no nos promete evitar estos dolores, pero sí nos ofrece una clave para vivirlos con esperanza. En Cristo, cada sufrimiento puede convertirse en ofrenda, en comunión, en salvación.
“En el sufrimiento se consume una particular fuerza de proximidad al propio Cristo, una gracia especial que permite participar, en cierto modo, en su pasión redentora.”
— Salvifici Doloris, 20
No hay redención sin cruz. No hay perfección cristiana sin purificación. Y no hay amor verdadero sin entrega. Cristo nos mostró con su vida que el camino hacia Dios pasa por el dolor abrazado con fe, por la obediencia en medio de la prueba, por la cruz vivida como acto de amor.
¡Abraza tu cruz! Porque solo así serás verdaderamente discípulo de Cristo. No como enemigo de la cruz, sino como amigo del Crucificado.
Ejemplo de un santo: San Pío de Pietrelcina
San Pío, más conocido como el Padre Pío, fue un sacerdote capuchino estigmatizado que vivió intensamente la espiritualidad de la cruz. Durante más de 50 años llevó en su cuerpo las llagas de Cristo, padeciendo dolores físicos y espirituales profundísimos que ofrecía por la salvación de las almas. Su vida fue un testimonio viviente de que el sufrimiento, cuando se abraza con amor y humildad, se transforma en una fuente de gracia para el mundo.
“No temas las pruebas que Dios te envía. En la cruz se aprende a amar.”
— San Pío de Pietrelcina
¿Estás dispuesto a abrazar tu cruz?