Estoy leyendo apenas las primeras páginas de la exhortación apostólica Dilexi te (2025), del Papa León XIV, y ya siento que he llegado al corazón del texto. No es casualidad. Es como si el Espíritu me hubiera preparado para reconocer lo que allí se dice desde antes de abrir el documento.

Mi intuición inicial —que Dios no quiere la pobreza, pero permite que exista en este eón como un lugar de encuentro con Él y como prueba de la autenticidad del amor— ha encontrado en estas páginas una resonancia profunda, bíblica y eclesial.

Desde el título mismo —“Te he amado” (Ap 3,9)—, el Papa evoca el amor de Cristo dirigido precisamente a una comunidad débil, despreciada, sin recursos. Ese mismo amor, nos recuerda, se manifiesta en la mirada de Jesús hacia los pobres, los enfermos, los marginados; y se prolonga en el mandato: “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40).

Esto no es caridad asistencialista. Es revelación.
El pobre no es un problema a resolver, sino un sacramento vivo: el lugar donde Cristo sigue hablando, sufriéndose, amándose.

Y aquí está el punto que más me conmueve: el cuidado del pobre no es una obra piadosa opcional, sino la prueba tangible de que nuestro culto a Dios es verdadero. Como dice el documento citando a san Juan Crisóstomo:

«¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si Él muere de hambre en la persona de los pobres?»

Esa frase desnuda cualquier religiosidad que se separa de la carne sufriente. No se trata de “hacer el bien”, sino de reconocer a Cristo allí donde el mundo lo ignora.

Una experiencia que dejó huella

Confieso que esta enseñanza me toca con fuerza porque yo viví lo contrario.
Durante años formé parte de una comunidad que enfatizaba con devoción la misa tradicional, los gestos precisos, el silencio sagrado… pero que, a la vez, era vacía de misericordia.
Allí se murmuraba, se juzgaba, se excluía.
Al enfermo, al pobre sin recursos, al que caía, no se lo acompañaba: se lo veía como un fracasado espiritual, como una mancha en la pureza del grupo.

Esa experiencia me dejó una herida… pero también un discernimiento.
No fue un rechazo por orgullo, sino un alejamiento por fidelidad al Evangelio. Porque el Señor no dijo: “Bienaventurados los que celebran con perfección”, sino: “Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece” (Lc 6,20).

No veo el mundo como “ellos vs. nosotros”.
No me erijo como juez.
Más bien, reconozco con humildad que todos estamos en el mismo camino de retorno:

Todos somos hijos pródigos que el Padre espera.

Y el Padre no espera con una lista de errores, sino con los brazos abiertos.
No exige pureza ritual, sino un corazón que se conmueva ante el que sufre.

El anciano, el discapacitado, el “descartable”: rostros del pobre hoy

El Papa León XIV lo deja claro desde el principio:

«Deberíamos hablar quizás más correctamente de los numerosos rostros de los pobres y de la pobreza, porque se trata de un fenómeno variado» (n. 9).

Y enumera:

  • quien carece de medios materiales,
  • quien está marginado socialmente,
  • quien no tiene voz ni espacio,
  • quien vive en condición de debilidad o fragilidad personal,
  • quien no tiene derechos, ni libertad, ni reconocimiento.

El anciano olvidado, el discapacitado ignorado, el “inútil” según los criterios productivistas del mundo: todos ellos están dentro del campo amplio y realista de la pobreza que la Palabra de Dios y la Iglesia denuncian y abrazan.

Y esto me recuerda la denuncia de Santiago 2:

«Si en vuestra asamblea entra un hombre con anillo de oro y ropa lujosa, y también entra un pobre con ropa raída, y miráis con agrado al que trae la ropa lujosa y le decís: “Siéntate tú aquí, en buen lugar”, pero al pobre le decís: “Quédate tú allí en pie”, o: “Siéntate aquí a mis pies”… ¿no hacéis distinción entre vosotros?»

La crítica no es al mundo, sino a la comunidad creyente que reproduce las lógicas del poder.
Y yo he visto eso: una liturgia impecable que coexistía con la exclusión del frágil.

El problema no es el rito. Es el fariseísmo

Tengo claro: no se trata de oponer “ritos vs. amor”.
El rito auténtico —como enseña Dilexi te al citar a san Justino— nace del amor y lo alimenta:

«Lo que se ha recogido [durante la liturgia] se entrega al presidente. Él lo distribuye a los huérfanos y viudas, a los que por enfermedad u otra causa están necesitados…» (n. 40).

Y san Juan Crisóstomo, citado en el documento, no condena los vasos de oro en sí mismos, sino su uso hipócrita:

«¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si Él muere de hambre en la persona de los pobres?» (n. 41).

El rito verdadero no se separa de la carne sufriente.
Por eso, el problema no es la liturgia, sino la desconexión entre culto y misericordia.
El fariseísmo es eso: celebrar a Dios mientras se niega a su rostro en el hermano.

El corazón de Dilexi te

La exhortación no propone una doctrina nueva, sino que retoma una verdad olvidada:

“En los pobres Él sigue teniendo algo que decirnos.” (n. 5)

Dios no causó la pobreza, pero se hace presente en ella para liberar. Y nos envía: “Ahora ve, yo te envío” (Ex 3,10).
La pobreza no es voluntad de Dios, pero sí es campo de su misericordia y de nuestra respuesta.

Y aquí está el giro evangélico:
Dios no ama a los poderosos, sino que elige revelar su amor precisamente donde el mundo ve debilidad.
Por eso, la existencia de los pobres en este eón no es un accidente triste, sino un espacio teológico privilegiado: no porque la pobreza sea buena, sino porque allí late el corazón de Dios.

Conclusión: un amor que transforma

Hasta aquí, mi lectura apenas ha comenzado.
Pero ya tengo la certeza de que Dilexi te no me dejará intacto.
Porque no habla de los pobres como “ellos”.
Habla de nosotros, de , y del Señor que se ha hecho uno de ellos.

“Yo te he amado”
—y te amo precisamente allí, en la debilidad, en la marginación, en el silencio del olvidado.

Y en ese amor, no hay exclusión, ni élite, ni puros.
Solo hay un Padre que espera con los brazos abiertos a todos sus hijos —ricos y pobres, sanos y enfermos, fieles y caídos—,
porque sabe que todos necesitamos su misericordia.

Seguiré leyendo.
Y seguiré escuchando.


Una respuesta a «“Dilexi te”: el amor que busca rostros»

  1. Avatar de LIZA LUCIA soberanis vazquez
    LIZA LUCIA soberanis vazquez

    Ay caray! Que hermoso…. aunque duele porque me doy cuenta que no he hecho lo que debía en la forma que podría haberlo hecho. Siempre podemos dar y no solo eso…debemos hacerlo en el amor. Decia San Fco. «Nadie es tan pobre que no pueda compartir ni tan rico que no pueda recibir».

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