El Reino de Dios no es comida ni bebida… sino justicia, paz y gozo
Hace poco meditaba en Romanos 14:17, donde el apóstol Pablo escribe con una claridad que libera:
«Porque el reino de Dios no consiste en comida ni en bebida, sino en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.»
Y me conmovió profundamente, porque en esas tres palabras —justicia, paz y gozo— está resumida no solo la esencia del reino, sino también la respuesta a tantas inquietudes que llevamos en el alma.
No se trata de lo que hago… sino de quién soy en Cristo
Confieso que durante años viví con una espada de Damócles sobre mi cabeza: la sensación de que, si fallaba en alguna práctica, si no cumplía con cierto “nivel” de devoción, Dios se alejaría.
Pero el evangelio me ha enseñado algo distinto: Dios no me ama porque soy devoto, sino que soy devoto porque me ama.
Él no me mide por cuántas veces me arrodillo —algo que, con el dolor en las rodillas, ya no puedo hacer como antes—, sino por el deseo de mi corazón.
Y si en silencio, desde mi silla o mi cama, mi alma se inclina ante Él… eso es adoración verdadera.
«Dios es Espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad.» (Juan 4:24)
Justicia que nace del corazón
La justicia del reino no es una fachada moral. No es apariencia, ni perfección externa.
Es un corazón alineado con Dios: que ama lo que Él ama, que busca reparar lo roto, que perdona como fue perdonado.
No necesito demostrarle a nadie —ni siquiera a mí mismo— que soy “bueno”.
Lo que importa es que, aun en mis caídas, mi rostro sigue vuelto hacia Él.
Paz que sobrepasa todo entendimiento
Esta paz no depende de mis logros espirituales, ni de mi capacidad para cumplir reglas.
Es la tranquilidad de saber que ya soy aceptado.
Que no estoy en la antesala del juicio, sino en el regazo del Padre.
«Ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús.» (Romanos 8:1)
Gozo en medio del pecado y la gracia
Sí, soy consciente de mis pecados. Pero también soy consciente de algo más grande: la misericordia de Dios.
No me alegro del pecado, pero me alegro a pesar del pecado… porque sé que el amor de Cristo es más fuerte.
Ese gozo no es ruido, ni euforia. Es una alegría profunda, serena, que nace de la certeza de que soy amado tal como soy… y a la vez, llamado a ser más.
Vivir en el reino, hoy
El reino de Dios no es un lugar lejano ni una meta futura solamente.
Es una realidad que ya habita en nosotros cuando vivimos en el Espíritu:
- con justicia que brota del corazón,
- con paz que libera del miedo,
- con gozo que florece en la gracia.
No necesitas más ritos, más cargas, más comparaciones.
Solo necesitas volver una y otra vez al amor que te sostiene.
Y allí, en ese lugar de descanso… encontrarás que ya estás en el reino.
Que el Señor te llene hoy de esa justicia, paz y gozo que solo el Espíritu Santo puede dar.


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