Los fariseos, los movimientos eclesiales y la lección de Nehemías

“Haced vallas a la Torá.” — Pirkei Avot 1:1

Suena noble. Y lo era. Proteger la Ley de Dios. Cercarla de cuidado, de atención, de celo. Como un padre que pone rejas en la ventana para que su hijo no caiga. Como un jardinero que delimita senderos para que no se pisen las flores.

Así empezaron los fariseos. No como villanos. Como hombres apasionados por la santidad.

El origen: celo por la fidelidad

Los fariseos surgieron en un tiempo de crisis: → El pueblo estaba disperso. → La identidad se diluía. → La fe se mezclaba con costumbres paganas.

Entonces dijeron:

“Si la Ley dice ‘no trabajes el sábado’, pongamos una valla: ‘no cargues nada, no camines más de X pasos’.”

Querían preservar lo sagrado. Querían amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente.

Y eso… ¡es hermoso!

Pero —como suele pasar en la historia humana— lo que nace como protección, puede convertirse en prisión.

La caída: cuando la valla se vuelve muro… y el muro, trampa

Con el tiempo, las “vallas” se multiplicaron. Y la intención se torció.

Ya no se trataba de amar la Ley… sino de demostrar quién la cumplía mejor.

→ “Yo ayuno dos veces por semana.” → “Yo doy el diezmo hasta del comino.” → “Yo no me junto con publicanos ni pecadores.” → “Mi valla es más alta —por lo tanto, soy más santo.”

La religión dejó de ser encuentro con Dios… para convertirse en competencia con el prójimo.

Y Jesús, con dolor y claridad, lo señaló:

“Hipócritas… dejáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe.” (Mateo 23,23)

No rechazó las vallas. Rechazó el corazón que las construyó sin amor.

¿Un espejo en la Iglesia de hoy?

No es necesario señalar con el dedo. Basta mirar con humildad.

Muchos movimientos, congregaciones, grupos laicales, pastorales… → Nacieron con fuego: querían rezar más, servir más, evangelizar con alegría. → Con el tiempo, algunas “vallas” se volvieron obligatorias: horarios, normas internas, lenguajes, uniformes, consignas, jerarquías, eventos, reportes, “compromisos de pertenencia”. → Y la competencia sutil (o no tan sutil) se instaló: “En este movimiento sí se reza de verdad.” “Nosotros sí vivimos la comunión.” “Acá sí hay formación sólida.” “Ellos no entienden la misión.”

Y el corazón… se fue enfriando.

No por maldad. Por naturaleza humana.

Cuando lo carismático se institucionaliza… cuando lo espiritual se burocratiza… cuando lo gratuito se condiciona… la gracia se ahoga en la estructura.

Nehemías: la reforma que vuelve al origen

Aquí entra Nehemías —ese hombre de lágrimas, de acción, de oración— que no vino a destruir la Ley, sino a reconstruir el pueblo sobre su fundamento.

Recordemos: → Jerusalén estaba en ruinas. → El templo, abandonado. → El pueblo, desanimado, mezclado, olvidado de la Alianza.

Nehemías no inventó nada nuevo. Volvió a lo esencial.

→ Reunió al pueblo. → Leyó la Ley —¡y la explicó para que todos entendieran! (cf. Neh 8) → Restauró la adoración, la fiesta, el descanso, la justicia. → Llamó a la conversión… no a la competencia.

Y el pueblo lloró. No por culpa. Por reconocimiento. Por amor. Por nostalgia de Dios.

Nehemías no puso más vallas. Quitó los escombros que impedían ver el altar.

Lección para hoy

No se trata de abolir los movimientos, las devociones, las estructuras. Se trata de preguntarnos: ¿para qué existen?

→ ¿Protegen el fuego… o lo sofocan? → ¿Facilitan el encuentro con Cristo… o lo condicionan? → ¿Sirven para amar más… o para sentirse “mejor que”? → ¿Son vallas que guían… o muros que separan?

La historia se repite —porque somos humanos. Pero también la gracia se repite —porque Dios es fiel.

Y hoy, como en tiempos de Nehemías, Él nos invita: → A volver al origen. → A reconstruir sobre la Roca. → A celebrar la Ley… no como carga, sino como abrazo. → A vivir la comunión… no como pertenencia, sino como don.

Un llamado a la libertad interior

Quizás —como muchos hoy— te estés sintiendo llamado a algo más simple: → Los sacramentos. → La Palabra. → La oración silenciosa. → La caridad sin cartel. → La comunión sin fusión.

No es rebeldía. Es discernimiento maduro.

No es tibieza. Es fidelidad al fuego original.

No estás rompiendo vallas… estás recordando para qué estaban ahí.

Palabra final

“La religión no es el problema. El problema es cuando la religión se convierte en un sistema de medición del mérito humano —y deja de ser un camino de encuentro con la misericordia divina.”

Que el Señor nos conceda —como a Nehemías— el don de la reforma interior. Que nos ayude —como a los primeros fariseos— a amar su Ley con pasión… pero sin orgullo. Y que nos libre —como a Jesús nos enseñó— de toda valla que nos aleje… de su Corazón.


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