Judá: Del Error A La Redención

Judá: Del Error A La Redención

Una figura moral y tipológica del Mesías

En la lectura del Génesis, particularmente en los capítulos 37 al 50, emerge con fuerza una figura muchas veces eclipsada por el protagonismo de José: Judá, cuarto hijo de Jacob. Su historia nos habla no solo de transformación personal y madurez moral, sino también de una prefiguración mesiánica. La tradición católica, al interpretar la Sagrada Escritura, reconoce diversos sentidos (Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], 1997, n. 115), de los cuales destacamos aquí el moral y el tipológico o cristológico.

1. Judá y el sentido moral: el camino hacia la responsabilidad

Al principio, Judá participa en la venta de su hermano José, sugiriendo que lo vendan a los ismaelitas en lugar de matarlo (Gn 37,26-27). Más adelante, su comportamiento con Tamar, negándole la costumbre del levirato (Gn 38), muestra su falta de justicia. Sin embargo, al ser confrontado, reconoce su culpa: «Ella es más justa que yo» (Gn 38,26).

Este es un punto de inflexión en su vida. En Génesis 44, cuando se ofrece como esclavo en lugar de Benjamín para no quebrantar el corazón de su padre, Judá revela una transformación profunda: ha pasado de cómplice de una injusticia a hombre que asume la responsabilidad por otro, lo que constituye una lección moral fundamental.

Como afirma san Juan Crisóstomo:

No basta dejar de hacer el mal; es necesario asumir el bien y cargar con el hermano» (Homilías sobre el Génesis, Hom. 58).

Y el Papa Francisco enseñaba:

«La verdadera conversión del corazón consiste en asumir la vida del otro, cuidarlo, protegerlo y dar la propia vida si es necesario» (Evangelii Gaudium, 2013, n. 197).

  1. Judá y el sentido tipológico: figura del Mesías que viene La transformación de Judá prefigura al Mesías. En Génesis 49,10 se profetiza sobre él:

«No se apartará el cetro de Judá ni el bastón de mando de entre sus piernas, hasta que venga aquel a quien le pertenece, y le sea obediente los pueblos» (Gn 49,10, Biblia de la Iglesia en América [BIA], 2011).

Cristo, el León de la tribu de Judá (Ap 5,5), encarna esta figura de líder que se entrega por sus hermanos. Así como Judá se ofreció por Benjamín, Cristo se ofrece por todos nosotros.

San Ireneo de Lyon confirma esta interpretación al decir:

«El que debía venir de Judá, anunciado por Jacob, es Cristo, el Salvador del mundo, quien cumple la promesa y lleva sobre sí el pecado del mundo» (Adversus Haereses, III, 16, 2).

3. Una lección para la vida: el camino de Judá como llamada personal

Judá nos enseña que nadie está determinado por sus errores pasados. La posibilidad de cambio está abierta para todos. También nos invita a ver a los demás como personas en camino, y a asumir nuestra responsabilidad hacia ellos con fidelidad a la palabra dada.

Así lo expresa el Catecismo:

«El sentido moral de la Escritura nos enseña lo que debemos hacer. […] Las Escrituras han sido escritas también para nuestra instrucción» (CIC, 1997, n. 117).

En tiempos donde el individualismo nos tienta a desentendernos de los demás, el ejemplo de Judá y de Cristo nos impulsa a recuperar la ética del cuidado y de la palabra cumplida.

Referencias