Un Llamado a Vivir la Verdadera Humildad
La humildad cristiana es un valor esencial que, a menudo, se malinterpreta como una virtud que exige someterse a todo tipo de abuso o menosprecio, como si callar y tolerar todo fuera la mejor manera de vivirla. Sin embargo, este concepto distorsionado de la humildad puede ser perjudicial tanto para el individuo como para la comunidad. La verdadera humildad, según el Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia, no está en permitir que nos pisoteen, sino en reconocer nuestra dignidad como hijos de Dios y actuar con justicia y amor hacia los demás, especialmente hacia los más pequeños, aquellos que confían en nosotros.
En el contexto bíblico y moral, «pequeño» no se refiere solo a la edad, sino también a la vulnerabilidad, la indefensión o la posición de dependencia de una persona. Puede significar:
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Desprotegido: Personas en situación de vulnerabilidad, como los pobres, los marginados o aquellos que no tienen poder para defenderse.
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Menor: No solo en el sentido de edad, sino también de jerarquía o experiencia dentro de una comunidad o institución.
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Subordinado: Alguien que depende de otro en un ámbito laboral, eclesial o social. En la Iglesia, por ejemplo, los laicos frente a ciertos líderes pueden estar en esta categoría si no tienen influencia o voz dentro de la comunidad.
Jesús pone énfasis en el cuidado y el respeto a los pequeños porque ellos representan a los que no pueden defenderse por sí mismos y porque su trato revela el verdadero amor que alguien tiene a Dios.
El Tratamiento de los Pequeños en el Evangelio
En el Evangelio, Jesús pone un énfasis especial en el trato a los «pequeños». En varios pasajes, se refiere a aquellos que son humildes, vulnerables, y muchas veces marginados. Un claro ejemplo es cuando dice: «Quien reciba a uno de estos pequeños en mi nombre, a mí me recibe» (Mateo 18:5). Esta enseñanza subraya que nuestro amor y respeto hacia los más pequeños es una forma directa de honrar a Dios. No podemos decir que amamos a Dios y al mismo tiempo tratar con indiferencia o desprecio a aquellos que están en una posición vulnerable, ya sea por su estatus social, su edad, o por cualquier otra circunstancia.
Cuando ignoramos o menospreciamos a los pequeños, estamos demostrando que nuestra fe es superficial, pues lo que hacemos con ellos es, en última instancia, lo que estamos ofreciendo a Dios. Esto se extiende a la Iglesia misma, donde los más jóvenes, los recién llegados o los menos experimentados en la fe, necesitan ser tratados con el mismo respeto y amor que se les otorga a los que parecen tener más autoridad o sabiduría.
La Discriminación en la Iglesia: Un Llamado de Atención El apóstol Santiago, en su carta, aborda esta cuestión de una manera muy directa: «Hermanos míos, no tenga vuestra fe en nuestro Señor Jesucristo, Señor de la gloria, en acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro, con vestido espléndido, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae el vestido espléndido, y le decís: ‘Siéntate tú aquí, en buen lugar’, y decís al pobre: ‘Estate allí en pie, o siéntate aquí, bajo mi estrado’, ¿no hacéis distinción entre vosotros mismos y no os convertís en jueces con pensamientos malvados?» (Santiago 2:1-4).
Este pasaje nos recuerda que no podemos hacer distinciones entre las personas basadas en su apariencia, su estatus o cualquier otra característica superficial. La Iglesia debe ser un lugar donde todos, sin importar su posición, sean tratados con igual dignidad. Lamentablemente, en muchas ocasiones, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, vemos cómo se sigue practicando la discriminación, donde algunos son preferidos por su poder, riqueza o influencia, mientras que los más humildes, los que no tienen nada que ofrecer, son ignorados o relegados. Esto va en contra de la enseñanza cristiana, que nos llama a ver a todos como iguales ante Dios.
Corregir Fraternalmente: Una Obra de Misericordia
Llamar la atención sobre estas injusticias y prácticas erróneas dentro de la comunidad cristiana no es un acto de arrogancia, sino una obra de misericordia. La corrección fraterna, una de las obras de misericordia, consiste en ayudar a los hermanos que están cometiendo errores a reconocer sus faltas y a mejorar su conducta. Jesús mismo nos enseña a corregir con amor y respeto: «Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo entre tú y él solo; si te oye, has ganado a tu hermano» (Mateo 18:15).
La corrección no debe hacerse desde una posición de juicio, sino de amor y preocupación genuina por el bienestar espiritual del otro. Es un acto de misericordia porque busca la restauración, no la condena. En este sentido, llamar la atención sobre las faltas que se cometen al tratar a los pequeños o a los más vulnerables de manera diferente, es parte de la corrección que se debe hacer dentro de la comunidad cristiana.
No Es Falta de Humildad, Sino de Respeto
Es importante aclarar que afirmar nuestra dignidad y la dignidad de los demás no es una falta de humildad. En muchas ocasiones, se nos enseña que ser humildes es callar ante el abuso o permitir que los demás nos traten mal. Pero la verdadera humildad no está en someterse a situaciones injustas, sino en reconocer nuestra dignidad como hijos de Dios y defenderla de manera justa. La falsa humildad es callar por miedo al conflicto o al rechazo, por querer agradar a todos. No, la verdadera humildad está en hablar con firmeza cuando es necesario, en buscar la justicia y el respeto, sin temor a ser malinterpretados.
El no permitir que nos menosprecien, el corregir las injusticias que se cometen, no es un acto de orgullo o falta de humildad, sino una manifestación de la dignidad que Dios nos ha dado. La humildad genuina es ser conscientes de nuestra identidad como hijos amados de Dios, y actuar conforme a esa verdad. No se trata de ser sumisos a las injusticias, sino de ser fieles a nuestra vocación cristiana, que implica vivir según los valores del Evangelio, donde el amor al prójimo es la medida de nuestro amor a Dios.
Conclusión
El llamado es claro: no debemos menospreciar a los pequeños que confían en nosotros, pues su trato es un reflejo de nuestro amor a Dios. La discriminación dentro de la Iglesia, ya sea por estatus o por cualquier otra razón, es incompatible con la enseñanza cristiana. Y corregir estas faltas es una obra de misericordia que debemos practicar con amor y respeto. Además, afirmar nuestra dignidad y la dignidad de los demás no es una falta de humildad, sino una afirmación de la verdad de lo que somos en Dios. La falsa humildad es callar por miedo, mientras que la verdadera humildad es vivir con justicia, amor y respeto para con todos.