Ateísmo teórico y práctico

Ateísmo teórico y práctico

«Dice el necio en su corazón: no hay Dios» (Sal 14,1)

Vivimos en un mundo donde la negación de Dios se ha convertido en algo común. Sin embargo, esta negación no siempre es explícita. Existen dos formas principales de ateísmo: el ateísmo teórico, que argumenta racionalmente contra la existencia de Dios, y el ateísmo práctico, donde la persona, aunque no niega formalmente a Dios, vive como si Él no existiera.

El vacío de quienes negaron a Dios

Muchos intelectuales y figuras públicas han defendido posturas ateas, pero no encontraron en ellas la plenitud que esperaban. Uno de los casos más notorios es el del filósofo Friedrich Nietzsche, quien proclamó «Dios ha muerto». Su filosofía, que proponía la transvaloración de todos los valores y el nihilismo como respuesta a la decadencia del cristianismo, terminó llevándolo a la locura. A pesar de su gran intelecto, sus últimos años fueron de total sufrimiento, sumido en la enfermedad mental y el aislamiento.

Otro ejemplo es Jean-Paul Sartre, filósofo existencialista, quien en su juventud defendió el ateísmo como un medio de alcanzar la «libertad absoluta». Sin embargo, en sus últimos días confesó: «No creo que pueda llamarme a mí mismo un ateo. Todo dentro de mí clama por un Dios». Esta admisión refleja una profunda insatisfacción y una lucha interna entre la negación de Dios y el deseo natural del alma por Él.

Incluso el autor ruso Fiódor Dostoievski, aunque no fue ateo, plasmó en sus novelas personajes como Iván Karamázov (Los hermanos Karamázov), quien se enfrenta a la idea de un mundo sin Dios y concluye que, sin Él, todo está permitido. Este vacío moral y existencial es una de las mayores tragedias del ateísmo.

El ateísmo práctico: creyentes que viven como si Dios no existiera

No solo los ateos declarados niegan a Dios; muchos bautizados, que formalmente son cristianos, viven un ateísmo práctico. Son aquellos que dicen creer en Dios, pero su vida cotidiana no refleja esa fe. No oran, no asisten a la Eucaristía, toman decisiones sin considerar la voluntad de Dios y se guían por criterios puramente mundanos.

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 29) nos da una razón clave de por qué muchos se alejan de Dios:

«Los creyentes pueden tener parte de responsabilidad en ello, en la medida en que, por negligencia en su fe, en su enseñanza o en su vida religiosa, han velado más que revelado el verdadero rostro de Dios y de la religión.»

Cuando los cristianos no viven auténticamente su fe, causan escándalo y pueden empujar a otros al ateísmo. Una persona que ve incoherencia en los creyentes puede pensar que la fe no transforma vidas y, por lo tanto, no tiene sentido.

Consecuencias de no creer en Dios

Negar a Dios, ya sea teórica o prácticamente, tiene consecuencias profundas en la vida de una persona y en la sociedad:

  1. Pérdida del sentido de la vida: Sin Dios, la vida se reduce a un ciclo biológico sin propósito trascendente. Muchos ateos, al enfrentarse a la muerte, experimentan una angustia existencial profunda.

  2. Relativismo moral: Si Dios no existe, no hay un fundamento absoluto para el bien y el mal. Cada uno decide sus propias normas, lo que lleva a una sociedad desordenada y sin dirección.

  3. Vacío interior y desesperanza: Muchos buscan llenar su vida con placeres, éxito o conocimiento, pero sin Dios, nada es suficiente. San Agustín lo expresó bien: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.»

  4. Crisis de identidad: Gaudium et Spes 22 nos dice que «Cristo […] manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación». Al rechazar a Dios, el hombre se aleja de su verdadera identidad y vocación.

Reto: volver a Dios a través de la práctica religiosa

El ateísmo, tanto teórico como práctico, no es el destino final de nadie. A lo largo de la historia, grandes ateos se han convertido al reconocer que Dios es la única respuesta satisfactoria. Un ejemplo es André Frossard, ateo convencido que tras una experiencia mística se convirtió en ferviente católico y escribió Dios existe, yo me lo encontré. También tenemos a C.S. Lewis, quien pasó de ser un ateo escéptico a un apologista cristiano, y su conversión fue tan impactante que lo plasmó en Cautivado por la alegría.

Dios nunca deja de llamar al alma, aunque esta lo ignore. Incluso el ateo más radical tiene en su interior un anhelo de trascendencia. La fe no es solo un conjunto de creencias, sino un encuentro personal con Cristo, el único que puede llenar el corazón humano.

Sin embargo, volver a Dios no puede quedarse solo en una reflexión o en un sentimiento de nostalgia por la fe. Es necesario concretarlo en la vida diaria mediante la práctica religiosa. Es imposible decir que se cree en Dios y no rendirle culto, no participar de los sacramentos, no hacer oración. Un católico que no asiste a la Misa dominical, que no se confiesa, que no ora, que no lee la Palabra de Dios, está viviendo en un ateísmo práctico, aunque no lo reconozca.

Un ejemplo claro de esto es lo que sucede con la Semana Santa en los últimos años. Para muchos, dejó de ser un tiempo de recogimiento y reflexión sobre la Pasión de Cristo, convirtiéndose en un simple feriado para irse de campamento o de viaje. Muchos que se dicen católicos aprovechan estos días para el descanso y el entretenimiento, pero no para vivir lo que la Iglesia nos invita a recordar: el sacrificio redentor de Cristo. Esto es un claro signo de que el ateísmo práctico se ha infiltrado en la cultura, incluso entre los bautizados.

Dios no quiere una fe de palabras vacías, sino una fe que se traduzca en obras y en una vida coherente. Él nos espera en la Eucaristía, en el sacramento de la Reconciliación, en la oración diaria y en cada momento en que nos acercamos a Él con un corazón sincero.

Hoy es el día para reflexionar: ¿Estoy viviendo como si Dios no existiera? ¿Le estoy dando a Dios el lugar que le corresponde en mi vida? La fe es un don de la gracia, que requiere colaborar con la misma. Es momento de abrir el corazón a Dios y permitir que Él lo transforme.