Reflexiones Cristianas sobre la Traición y el Perdón
De las experiencias más dolorosas y difíciles de llevar, encontramos que la traición de un familiar o de un ser querido deja un vacío profundo en el interior. Conforme pasan los días, quizás para disipar el dolor, la mente entra en un estado emocionalmente neutro. Necesitamos esto para enfrentar el día a día. Sin embargo, cuando la actividad diaria cesa, las emociones que tuvimos que suprimir afloran.
En estos momentos, debemos permitirnos simplemente sentir, asimilar lo absurdo de la situación: amar, confiar, para luego ser defraudado. Como dice el Salmo:
«Sino tú, hombre mío igual, mi compañero y mi íntimo amigo, con quien compartíamos dulces consejos y juntos andábamos en la casa de Dios.» (Salmo 55:13-14)
La traición duele más cuando proviene de quien alguna vez fue parte de nuestra vida y de nuestra confianza.
Podemos optar por dejarnos llevar por la marea emocional o, sin negar la tormenta interior, aceptar la realidad: «esto también pasará», «mi destino no está definido por cómo me siento ahora» y recordar la promesa de la Escritura:
«Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, de los que han sido llamados según su propósito.» (Romanos 8:28)
Para salir adelante, debemos reconocer a Dios en esto; no estamos solos. Dios, al encarnarse, experimentó la perplejidad de la experiencia humana. Del mismo modo, debemos confiar en su providencia, en el gobierno benevolente con el que guía nuestras vidas. Puede que en este momento no comprendamos el propósito divino, pero la misma encarnación del Hijo de Dios nos habla de su total identificación con nuestro dolor y nos ofrece, a su vez, la posibilidad de identificarnos plenamente con su victoria.
Para enfrentar el aparente absurdo de la situación, debemos reconocer que existe un propósito en todo esto, y que este propósito es bueno. Lo amargo del momento se vence con la profundidad de un amor real a Dios. Todos podemos experimentar el enamoramiento, pero este, por sí solo, carece de la profundidad del amor comprometido, que quizás no conlleva emociones de éxtasis, pero está presente en las buenas y en las malas. Si amamos a Dios de esta manera, con fidelidad y entrega, se nos promete que todo obra para bien.
Dios solo busca nuestro bien, y a veces, la traición de otros y el dolor que nos causan son precisamente para nuestro mayor bien. Sus motivaciones son buenas, su propósito es bueno. La mayor victoria no está en huir del dolor, sino en trascenderlo, en elevarnos por encima de él, de la misma manera que Cristo lo hizo, para así asemejarnos más a Él.
Te invito a confiar, te invito a amar; aunque no te amen, aunque te traicionen. Al final, como dice San Juan de la Cruz: «En el atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor.» Amor a aquellos que nos traicionan, nos abandonan. En momentos como este, escoge amar, escoge perdonar, escoge dejar de dejarte controlar por la marea emocional. Escoge actuar como Cristo.
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