En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: – ¿Por qué les hablas en parábolas? El les contestó: – A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure». Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
El evangelio de Hoy está en Mt 13, 10-17.
Siguiendo con el tema del corazón -que ayer vimos se compara con la tierra sobre la cual cae la semilla de la Palabra. El terreno fértil es el que recibe, medita, persevera en y cumple la Palabra.
Jesús plantea en este pasaje de hoy un corazón incapaz de dar fruto; todo lo contrario.
El hombre no puede ser curado de los efectos del pecado; de su soledad existencial, de la esclavitud de los vicios, de una vida sin sentido y de la condenación eterna, si no se convierte. No habrá frutos de conversión verdadera si no se acoge la Palabra.
Podemos llenar nuestros grupos con actividades, dinámicas, cantos de animación – y todas estas cosas que son buenas – pero están al servicio de la Palabra. Es en la exposición de la misma que somos confrontados al señalar directamente en que estamos pecando y ofendiendo a Dios; nos anima con sus promesas infundiéndonos esperanza; nos ayuda a sobrellevar los problemas mostrándonos el amor de Dios, la caridad.
No estoy en contra de las charlas, asesorías psicológicas. Pero una terapia que excluye a Dios es parcial, “parcha” los problemas, no considera todos los aspectos del mismo. A lo más podrías experimentar cierta catarsis emocional, pero si no te conviertes, igual te condenas. No necesitas terapia, necesitas convertirte. Y con esto, no desprecio los aportes de la psicología. Simplemente señalo que no da toda la solución.
Nunca dejes de presentar la Palabra, aún si esta ofenda, no sea «politicamente correcta»; aún cuando te acusen de ser falto de caridad -cuando en realidad es caridad advertir a tu prójimo que si no se convierte se condenará. Presenta la Palabra, como es: sin cambiarla, sin «edulcurarla», sin diluir sus demandas.
En la carta de Santiago 1,21 dice que recibamos la Palabra con mansedumbre porque tiene poder para salvar nuestras almas».
¿Cómo es tu acercamiento a la Palabra? ¿tienes tu tiempo de lectura y meditación a solas? ¿la Cuestionas? ¿te distraes? ¿Te aburre? ¿te enojas cuando te interpela? Por ejemplo, si en misa el sacerdote dice algo que tú sabes que estás haciendo mal; ¿lo reconoces? ¿cambias? ¿te justificas? Si alguien te llama la atención, y lo que dice está de acuerdo a la Sagrada Escritura y al Magisterio de la Iglesia ¿te humillas? ¿te excusas? ¿te defiendes? ¿haces caso?
La actitud perfecta para recibir la Palabra la encontramos en María, como dice el evangelio: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra y «María guardaba todas estas cosas en su Corazón…»
Pide a María te ayude a recibir la Palabra, a Jesús mismo, con un «hágase» y a meditarla como ella lo hacía.